El Heraldo
Opinión

La ruana desteñida

El silencio lo rompió el llanto de una hermosa niña de brazos que parecía decir en nombre de todos y con todas sus fuerzas, que estaba agotada, con sueño, con hambre y con frío. 

Eran las 10:45 pm, una leve llovizna asomaba por la ventanilla y dejaba en ella las primeras gotas de lo que sería una noche de cielo nublado.  

El día había sido largo para todos. En la atmósfera se sentía la energía diezmada acompañada de un evidente deseo de encontrarse pronto con la almohada.

La paciencia, que había sido virtud manifiesta de los más de 120 pasajeros que habían abordado el avión hacía unos 40 minutos, y que ya habían esperado en sala una hora y treinta más, producto de retrasos en el itinerario inicial, estaba a punto de terminar. Nadie daba información.

El silencio lo rompió el llanto de una hermosa niña de brazos que parecía decir en nombre de todos y con todas sus fuerzas, que estaba agotada, con sueño, con hambre y con frío. Cuando en un avión llora un niño, lloran cuatro. Los demás, que entre mimos y piruetas mágicas de sus padres habían logrado permanecer en calma, fueron solidarios, se sumaron al unísono y lo dijeron todo. 

Pude observar al segundo, en la mirada y los gestos de las auxiliares de vuelo; pánico, desconcierto, estupor e impotencia. Se venía lo que presentían, una avalancha de seres que no aguantaban más y les pedirían de manera vehemente una explicación que ellas mismas no tenían. 

Al llegar al destino, varias horas despues de lo planeado, les pregunte que había pasado.

Una de ellas, la más joven, estalló en llanto, me expuso – a manera de desahogo- un memorial de agravios y dolores con respecto a lo que vivien a diario internamente, de hecho acababa de cumplir con un destino que no estaba en su plan de vuelos del día y del cual se había enterado minutos antes. Pasada la media noche poco sabía de su morada y de su día próximo.

 “Lo que ustedes viven nosotros lo padecemos a diario” me dijo, pidiéndome entre lágrimas no revelara su identidad. 

Retrasos, cancelaciones abruptas, sobre ventas, duplicidad de sillas, tarifas escandalosas, cambios de tripulación sobre la hora, son el pan de cada día de un aerolínea que representaba por muchos años las alas de Colombia en los cielos. “Avianca La aerolínea de Colombia” hoy es un triste vestigio, una necesidad para muchos, que atropella a todos, por lo visto, también a sus empleados y logra de manera increíble, por demás peligrosa, que en un vuelo cotiano, estén todos, sin excepción, pasajeros y tripulación, inconformes e indispuestos.

En el llanto de los niños y el de la desconcertada azafata, no hay solo un pequeño relato de la vida real, en ellos reposa el dolor y la rabia creciente de miles de viajeros golpeados injustamente por la triste realidad de la hoy, desteñida Ruana roja.  

@yamidamats

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