Peyo se detuvo en la mitad del pasillo principal de un reconocido hospital de la cuidad. Con firmeza absoluta se paró frente a la puerta de una de las habitaciones, esperó hasta que le abrieran la puerta y cuando logro ingresar se quedó inmóvil al lado de la cama por más de dos horas.
Cuentan quienes asistieron y quienes lo han narrado para el mundo que estaba protegiendo a alguien cuya muerte era inminente.
Dr. Peyo, como le llaman, es un caballo particular, en el pasado fue estrella de espectáculos de doma y campeón un par de veces en Francia, su país natal. A temprana edad su entrenador notó algunos comportamientos que le hacían especial, muy especial. Atendió la situación y no se equivocó.
Peyo padece de autismo, posee inteligencia extraordinaria, se aproxima a personas enfermas y debilitadas, percibe la instancia vulnerable del ser humano y entiende su relación con la última estación. Vale la pena decir que, científicamente no todos aceptan el diagnóstico de autismo en los animales, algunos prefieren llamarlo “comportamiento disfuncional”, pero para el efecto me atrevería a decir, con respeto a eso, que es secundario.
Peyo no es muy dado a las caricias, se acerca solo a ciertas personas y cuando lo hace el motivo no es ciertamente alentador; tiene la facultad de oler y detectar tumores con poca posibilidad de cura, pero su habilidad supera lo imaginado; logra con su compañía y la transmisión de su energía reducir las medicinas de pacientes terminales, los alivia en su agonía.
Hanssen Bouchakur, quien lo entrena y lo acompaña, ha descrito en múltiples entrevistas sus facultades como “excepcionales” y advierte que ha sido estudiado por diferentes neurólogos y veterinarios.
En algunos casos sana, en otros interviene, y casi en todos hace parte fundamental del servicio de paliativos, desde 2016 ha acompañado a más de mil personas en el final de su existencia.
Si fuera fantasía, me hubiera encantado ser el creador de la historia. Como es realidad, me hubiese encantado haberla descubierto, pero en esta ocasión no ha sido ni una ni la otra. La encontré en el curso de una investigación sobre la relevancia del mundo animal y la naturaleza en tiempos llenos de disturbios, me pareció dignificante e inspiradora y quise exponerla en este espacio honrando el trabajo de quienes han tenido el privilegio de verlo de primera mano y validando la importancia también de compartir las historias que encontramos en el camino, al fin y al cabo, por algo llegan a nuestras manos.
Es preciso decir que el Dr. Peyo me ha hecho recordar al filósofo griego Diógenes de Sinope, a quien algunos atribuyen la famosa frase:
“Entre más conozco al hombre, más quiero a mi perro”
Otros dicen que la misma es del escritor británico Lord Byron, en fin, como en el diagnóstico de Peyo, al final, díganle como le digan a su condición, o sea de quien sea la popular frase, una vez más, encuentro muestras evidentes que los animales aun con disfuncionalidades, tienen conductas mucho más nobles y poderosas que las de muchos seres humanos en estricto uso de sus facultades y su “razón”.