Esta época de confinamiento obligatorio, es propicio para que sin temores abramos las ventanas si nuestro espíritu y actitud lo permiten.
Se ha convertido en el periodo de reflexión en diversidad de campos, uno de ellos, y quizás uno de los más bellos, consiste en la decisión de consultar y vivir de las experiencias de mayor ansiedad y curiosidad en nuestra generación, definidas como desempolvar el baúl de los recuerdos o el cuarto de san alejo, tradición propia de los abuelos, o simplemente mirar la biblioteca de frente y seleccionar tocar y revivir los escritos de los grandes de la literatura clásica Universal, o los que somos amantes y vigentes de la actividad en la literatura, volver a leer lo que en un momento de nuestra vida fue inspirador y que hoy adquiere otra dimensión, otro referente y otra razón, es precisamente la de impulsar la revancha consistente en reinventarse con base a lo hecho años atrás, a la práctica consolidada y al sentimiento de ayer, a la obra consumada.
Quiero confesar que me estoy atreviendo. He convertido esto en disciplina, estar cerca y frente a mi biblioteca para recuperar, respirar y sentir el perfume de mis escritos y decir sin mirar atrás, es la hora de renovarme, de experimentar emergiendo de lo que ya se ha construido en renglones convertidos en textos propios, todos salidos del alma, porque los tiempos cambian y las obras literarias válidas son también aquellas que están en movimiento que no solo permanecen inertes y reposadas ahí, sino que evolucionan mágicamente con las nuevas puestas del sol y nos regalan lo que ahora necesitamos… más vida.
En este sano ejercicio que recomiendo a mis colegas, llegué sin imaginar al punto del centro de mi corazón literario en el túnel del tiempo de las letras, aterricé en uno de mis poemas de 1947 cuando apenas tenía la edad del polluelo, con mis 16 años. Una edad en que por aquella época la usanza y lo divino no era propiamente la de hablar de amor sin límites y con pasión, 4 estrofas que comparto producto de la fuente de mi juventud:
Acto de amor
Los dos rodamos por el lecho, envueltos en frenética pasión. Y en los lazos de eros al acecho, incautos perdimos la razón
Tus pechos punzantes que atesoran, la rica miel de la sensualidad. Los palpo y siento que acaloran, mi loco sopor y mi ansiedad
Y miro tus mórbidas caderas, que en silencioso y ágil cointoneo, se mecen cual mágicas galeras, bajo la tempestad de mi deseo
Y así unidos en trance del placer, ya flácidos estáticos y mudos. Nos sorprende un claro amanecer, débiles exhaustos y confusos
Qué honor regresar a los campos que uno ha soñado y ha vivido a plenitud. Volver con los pies en la tierra y todos los sentidos a como antes nos hacían pensar, pero con el blindaje hoy de la intimidad en casa. Qué orgullo saber que nuestro refugio está ahí en escritos y textos que se robaron momentos y que hoy sirven para alimentar opciones de vida y que en medio de la fuerza del pasado se convierten en sustento y el mejor soporte para el gran camino hacia la reinvención.