No es un secreto para nadie, que el ambiente que hoy respira nuestro país, está invadido de incertidumbre en donde salen a florecer razonables interrogantes… ¿qué pasará en un futuro cercano y a largo plazo? Además, una pregunta concreta sin respuesta que ronda nuestra cabeza y en el imaginario de los ciudadanos: ¿hacia dónde vamos?

Para muchos, nos encontramos en un laberinto en donde día a día vemos cómo los problemas aumentan y no nos atrevemos a plantear fórmulas milagrosas que nos conduzcan a alternativas o salidas dignas.

En medio de una pandemia que ahora tiene la bondad de la vacuna, no es suficiente y los indicadores económicos no son los mejores, no hay trabajo, la inseguridad y el respeto por la vida se ha deteriorado en todas las regiones, la corrupción y la trampa atropella a todo nivel, la crisis intrafamiliar aumenta, la polarización sobre pasa los cálculos, etc. En fin, la desesperanza está ocupando espacios protagónicos y el diagnóstico hoy es pesimista. Sin embargo, también contra viento y marea si hay un cambio de actitud, este se convierte en un potencial abierto y debe comenzar desde el sentir y de manera individual.

En este túnel oscuro en el que estamos sometidos, según expertos analistas a la fuerza, la alternativa más digna que planteo y que convoco para lograr superar el desasosiego que nos invade, esta ahincado en tomar la decisión de trabajar y construir la fe, para algunos un intangible, pero que históricamente en la humanidad ha sido una herramienta que está siempre ahí, sobre la mesa, y que no tiene costo pero si mucho de convicción, y aunque se afirma que lo sencillo es lo más difícil de alcanzar, se logra activar si va de la mano en la búsqueda de estar en paz con uno mismo, como primera etapa e iniciar un proceso de fortalecimiento contra un ambiente abrupto y para muchos imposible de cambiar.

La fe no solamente mueve montañas como lo podría afirmar la teología, los principios religiosos o la tradición cultural, es definitivamente un antídoto íntimo, pero que contagia eficazmente en lo colectivo, su magnetismo nos hace crecer en solidaridad y consenso que nos traslada a encontrarle valor a la persistencia y sin límites alcanzar vencer, hasta lo presupuestado como inviable.

El poder de la fe de cátedra espiritual y emocional que transforma lo material, es una franca renovación inteligente de la actitud positiva hacia los demás, se toma también de la mano con la fuerza de la oración sin importar el credo religioso o dogma o posición política.

Es hora que entendamos que si deseamos lo mejor para Colombia, la unión hace la fuerza y la triste realidad que estamos viviendo también se logra transformar para bien si asumimos todos un compromiso con fe que es una vacuna libre de temores, que solo requiere de una sola dosis, que no tiene contraindicaciones y que no expira, perdura en el tiempo y blinda la agonía, la angustia y la incertidumbre de cualquier enfermedad social colectiva.