El debate acerca de la prolongación de las conmemoraciones del Bicentenario nos muestra como existe una intensidad variable en la forma en que ciertos momentos del pasado colectivo son públicamente celebrados y activamente recordados dentro de un país. Mientras que en el centro de Colombia el largo y complejo proceso de independencia se centra en los acontecimientos sucedidos en Boyacá en 1819, diversas voces de los principales centros urbanos del Caribe resaltan la fecha del 10 de octubre de 1821 como el cierre de ese periodo conmemorativo pues las tropas españolas abandonan en esa fecha el suelo de Cartagena. Sin embargo hay muchos hechos históricos regionales que tornan problemático ese planteamiento.

La ocupación por las tropas del corsario francés Luis Aury de la isla de Providencia en julio de 1818 puede ser el punto de partida de nuestra segunda independencia para un habitante de San Andrés. La decisiva batalla naval de Maracaibo en 1823 puede ser el cierre de nuestro proceso conmemorativo para un habitante de La Guajira o para un miembro de la Armada Nacional. Si preguntáramos a un nariñense aportaría otras fechas y hechos dignos de conmemorar en su región acerca del proceso independista. Ello se explica por lo que el historiador YaelZerubavel ha llamado “densidad conmemorativa” que surge cuando ciertos periodos y eventos son investidos con una mayor significancia que otros. La actividad conmemorativa se hace densa en algunas décadas y se expresa a través de actos públicos,apertura de exposiciones, emisión de monedas y sellos postales,levantamiento de monumentos y el anuncio de obras públicas.

Esto surge cuando una sociedad, más allá de su real importancia histórica, considera que estos hechos constituyeron un punto de inflexión de su pasado colectivo y, en consecuencia,les dotamos de un alto valor simbólico. El año entrante por ejemplo, Riohacha, Santa Marta, Ciénaga y Barranquilla conmemorarán los sucesos ocurridos en 1820 que culminaron con el fin de la ocupación realista de dichas ciudades. Estos hechos pueden promover la reflexión sobre el papel de diversos grupos sociales como el de los extranjeros: escoceses e irlandeses en Riohacha, el de los indígenas favorables a la causa del rey en Ciénaga y Santa Marta, y el rol de los corsarios como Aury con su flota inactiva fondeada frente a nuestros puertos sin que la naciente República de Colombia aceptase embarcar su tropas en naves que llevaban las insignias de Santiago y Buenos Aires.

1823, es un año clave en ese periodo porque la derrota de la Armada española en Maracaibo por la escuadra republicana bajo el mando del general Padilla puso fin al peligro de la restauración monárquica en nuestro territorio. No en vano Bolívar advertía a Santander del riesgo que implicaba la presencia de esas tropas prácticamente en las goteras de Cúcuta, “sino las contiene, le escribe, espérelas usted en Santafé”. Aunque tengamos puntos de vista diversos sobre el cierre de este periodo las conmemoraciones pueden asumir la función de los mitos, según Zerubavel, pues ellas actúan como una especie de foro mediador entre las significaciones potencialmente conflictivas que en una sociedad le otorgamos al pasado.