El desgobierno que experimenta Colombia ha llevado a una precarización de los debates necesarios para el país y a un sentimiento de desahucio que tendrá repercusiones graves en la economía, el desarrollo y la superación de la pobreza. Mientras leía un estudio técnico sobre por qué los países latinoamericanos tienen un deficiente desempeño económico y se encuentran en un estado de estancamiento, analizaba que muchos, si no la mayoría, de los problemas relacionados con el mal manejo económico son autoinfligidos. Estos problemas, entrelazados con realidades como la ausencia de un Estado de derecho o el mal diseño de políticas públicas que afectan los mercados, se agravan cuando no hay un compromiso por parte de los gobiernos para tomar en serio el liderazgo del país.
Para algunos, parecería ilógico que gran parte de los problemas que enfrenta un país sea por falta de liderazgos que entiendan que los procesos toman tiempo, pero también compromisos que van más allá de una bandera o interés político. En el país, se ha vuelto costumbre que, si avanzamos tres pasos hacia adelante en cuatro años, retrocedemos diez pasos atrás en cuestión de meses. Persiste la idea de que todo lo que hace el gobierno anterior es nefasto y merece ser cambiado o aniquilado, sin siquiera hacer el intento de evaluar los impactos positivos que pueda tener una política pública determinada. Con este comportamiento político, el país pierde recursos que tardan en capitalizarse a favor de la sociedad, pero además envía un mensaje de que no hay nada que se pueda hacer para salir de los problemas más graves del país. La conducta de nuestros líderes políticos y de quienes ostentan el poder público ha generado una cultura de desinterés o desesperanza hacia el futuro que pasa factura a Colombia todos los días.
Este gobierno ha agravado esta realidad, ya que después de enviar un mensaje de esperanza a muchos que sentían que no tenían una voz que los representara en lo público, ahora, ante los reiterados fracasos del gobierno debido a un liderazgo ausente, quedan con la sensación de que todos, sin importar sus ideales políticos, son incapaces de generar los cambios que necesita el país. Este gobierno ha llevado a que tengamos que cuestionar los consensos más elementales y ha desdibujado el debate público centrándolo en temas accesorios que le restan importancia incluso a las mismas reformas estructurales que propone.
El problema de Colombia es que no tenemos líderes que estén a la altura de los desafíos que enfrentamos como país, y este carente liderazgo nos está sumiendo en un estado de letargo indefinido que culmina con un gobierno que nos está dejando en estado de coma. Si el gobierno fuera el médico de una enfermedad grave pero que con un tratamiento intensivo podría curarse, este médico no está ni siquiera aplicando un mal tratamiento, sino que no lo está tratando del todo.