La decisión de Rodolfo Hernández de dejar el Congreso de la República para perseguir una aspiración en la próximas elecciones territoriales es la continuidad de lo que representó su candidatura a la presidencia; una crisis de los partidos políticos y de un sistema democrático sofisticado. Cuando Hernández pasó a segunda vuelta, por encima de candidatos que contaban con apoyos tradicionales como Federico Gutiérrez, hubo una conclusión casi unánime entre los analistas de que esto era el resultado de la coyuntura crítica que enfrentan los partidos tradicionales, víctimas de sus propias decisiones. Cuando se estableció el Estatuto de la Oposición y con él la figura de que quienes quedaran con la segunda mayor votación en las elecciones presidenciales tendrían una silla en el Congreso para ejercer desde ahí el control político, no se esperaban que quien fuera a ocupar ese papel tendría todo menos interés en tener una curul.

Ahora, si bien podría responsabilizarse de esta realidad a la poca trayectoria e interés de Hernández en la forma en la que tradicionalmente se hace política, lo cierto es que este desinterés en el ejercicio de oposición no es exclusivo del excandidato. Prueba de ello, es la situación actual en el Congreso, donde partidos que estarían llamados a ser de la oposición por sus visiones políticas y su dogma, como el Partido Conservador, se han alineado “estratégicamente” al gobierno cuando ni los votantes que los eligieron ni sus consignas tienen nada remotamente asociado a las políticas del Pacto Histórico.

Entonces, la situación de los partidos políticos no solo va en detrimento del poder y de la legitimidad de estos, sino en el ejercicio de un control político serio en la institución que ha sido diseñada para ello como lo es el Congreso de la República. Ahora, esto también fortalece los partidos y movimientos unipersonales, en los que su política depende de la popularidad o éxito electoral de un líder y termina reciclándose con políticos que llegaron apadrinados sin saber de fondo cuál debería ser el espíritu de su vocación política.

Aunque se crea que nuestro sistema electoral necesita otra reforma política para cambiar las dinámicas tóxicas de los partidos políticos y el papel que juegan en nuestra democracia, lo cierto es que el problema está en el corazón de estas colectividades apegadas al poder y no a los intereses de quienes deberían representar. Que la reforma política implemente que las listas sean cerradas es sin duda una medida a favor del fortalecimiento de los partidos políticos, pero no será un remedio definitivo para que estos tomen en serio el papel que les corresponde en esta democracia. Si los partidos asumen una verdadera intención de liderazgo y compromiso, no solo avalarán candidatos serios cuya vocación hacia lo público sea genuina, sino que fortalecerán un sistema democrático desquebrajado porque quienes están a la cabeza de estos grupos no han tenido la voluntad de adoptar los cambios que se necesitan.

@tatidangond