El Heraldo

¡Si tan siquiera no los saludaran!

Después de revisar las páginas sociales de EL HERALDO a las cinco de la mañana del jueves pasado, me incliné ante mi santoral personal (Buda, el Niño Dios, La Guadalupita, la virgen de Regla, mis maestros Satyananda Yoga) y agradecí mi decisión de no tener hijos, porque no quería verlos naufragar en esta sociedad nauseabunda de Barranquilla. No es la primera vez que la ‘alta’ sociedad cierra filas alrededor de los agresores sexuales comprobados y hunde en la miseria a la víctima, su familia y a todos y todas quienes protestamos por actos delictivos cometidos en menor de edad. El mensaje enviado es que nosotras buscamos y merecemos cualquier tipo de violencia sexual intrafamiliar o social.

Los paradigmas del siglo XIII (llamado del oscurantismo en la historia), sobre el comportamiento adecuado femenino, están vigentes entre la juventud actual, pero solo al momento en que una niña denuncia la agresión. Mientras tanto, la mayoría de los adolescentes beben como cosacos, se drogan y tienen sexo temprano. Parece, entonces, que no existe código ético ni moral distinto a don dinero, el embellecimiento físico y la última moda, porque los padres son permisivos y alegres ‘llaverías’ de los hijos (as). La disciplina familiar, los horarios de convivencia inquebrantables, la autoridad paterna y materna y el respeto a su palabra son cosas del pasado.

Psiquiatras y sociólogos, explíquenme la reacción tan miserable con quien merece respeto y respaldo, qué significa que la solidaridad se dé con los agresores (a quienes ni siquiera les quitan el saludo) y por qué no nos creen a las mujeres atropelladas. Personalmente, creo que somos una sociedad corrupta, donde las mujeres siempre somos culpables de nuestra agresión, violación o muerte, bajo las circunstancias que sean. Y sospecho que proviene del fundamentalismo de las religiones unicistas, donde somos descritas como las siete plagas de Egipto, nacidas para servir y satisfacer al macho, signadas por las reacciones de la ‘incontrolable rijosodad’ masculina, porque les sale la bestia ante la visión de un baile sensual, un escote profundo o una vestimenta que resalte los atributos físicos nuestros.

Los miembros de la sociedad que se atreven a ejercer esa presión canalla sobre las mujeres víctimas deben preguntarse, qué clase de hijos forman, cuál es el papel de la institución educativa a donde mandan a sus hijas y, definitivamente, deben acabar con los colegios mixtos. A ellos y a las instituciones educativas, en especial al Marymount que celebra 60 años de excelencia, les recomiendo la película “Acosada” con Jodie Foster, donde una joven que jugaba billar y coqueteaba con desconocidos compañeros de mesa, termina violada allí mismo por esos cafres. Los llevó ante la justicia y fueron condenados a 20 años de prisión en un condado gringo, porque el juez estableció su derecho a la libertad y la obligación de los hombres de respetar su integridad, y ella pudo rehacer su vida, gracias a que obtuvo reparación de la justicia. Pero no en Barranquilla, aquí no somos sino piltrafa, merecedoras del envilecimiento y escarnio público. ¡Qué asco!

Por Lola Salcedo C.
@losalcas
losalcas@hotmail.com

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