Seguro la jauría de cachacos afirmará que Argentina ganó porque las tribunas los aplaudieron seguido y les cantaron sones de victoria. O sea que los gauchos no ganaron porque jugaron mejor que Colombia sino por el público asistente que los animó. Hasta tales extremos llega el antibarranquillerismo andino, que llegaron a decir que contra Perú se perdió por culpa de la sede donde, no les importa, se han ganado cinco de las seis clasificaciones a mundiales.

Es que, mucho se ha dicho, existen dos clases de cachacos: El cachaco bien, y el bien cachaco.

El primero es el cachaco educado, culto, con visión de mundo y fino sentido del humor; el segundo es el cachaco que nunca pudo superar la montaña, extraña la ruana, introvertido y corroncho. El primero nos reconoce lo bueno y hasta le gusta cómo somos; el segundo nos detesta porque nos envidia, hay diversas teorías acerca del extraño fenómeno de animadversión. Infortunadamente no hay muchos entre los primeros, sólo los que descuellan, y abundan los segundos. Iván Cancino, por ejemplo, es de los primeros, y hay un montón de anónimos entre los segundos.

El Pibe, ante las quejas de algunos jugadores, les cantó la tabla: “A la afición no se toca, si chiflan es porque se jugó mal, y si aplauden es porque se jugó bien” Los chiflaron merecidamente, no porque perdieron el partido clave, ni porque completaron ¡siete partidos! sin anotar un solo gol, sino porque nunca jugaron bien. Esta Selección no gustó, no enamoró, no entusiasmó ni convenció a nadie. Perder es parte del juego. Acuérdense del Junior de los brasileros, que “jugaron como nunca y perdieron como siempre”. Pero llenaban el estadio porque, aunque perdían, brindaban espectáculo, jugaban bonito. Esta vez no fue problema de convocatoria ni de roscas. Estaban los que son, todos figuras en sus equipos, juegan en las mejores ligas del mundo. Pero la Selección jugó a nada, y se sabe que cuando una buena nómina no conforma un buen equipo, el malo es el técnico. Rueda es muy malo.

La animadversión cachaca, ardida porque somos la casa de la Selección, culpa al público (en su mayoría de fuera), al calor, a la humedad, y hasta a Jesurún lo culpa, como si jugara. Todo está en presionar para que nos quiten la sede. Es una ardidera generalizada contra Barranquilla. Hasta el mamerto alcalde de Cali pidió la sede, sin tener en cuenta que está rodeado de vándalos y de guerrilleros que él mismo protege. No soportan nuestros éxitos. Y como cada vez son más notorios, la urticaria se vuelve severa, los bien cachacos no la soportan.

Igual ocurre con el proyecto para la Fórmula 1, que Barranquilla lo pretende, que se denominará “The Caribbean Grand Prix“, el mayor espectáculo automovilístico del planeta. Salieron enseguida los bien cachacos a decir que era imposible, aunque por otro lado comenzaron dizque a montarle competencia con unas pisticas líchigas. Son así. Allá ellos. Mientras, seguiremos siendo los mejores, imponiéndonos con lo nuestro, para que ellos sigan con su ardidez que no hay Árnica que la cure.

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