Mañana es 7 de agosto. Mañana Iván Duque llega a la mitad del camino de su gobierno. Pero no se puede hablar del “sol a las espaldas”, porque aún lo tiene en el cenit, falta mucho, a las espaldas lo tendrá dentro de un año, así que hacer balance es prematuro. Cómo le va es tema válido, los uribistas lo califican de demasiado blando, y las torcidas y bulleras minorías lo ponen como muy de derecha y títere de Uribe. Pero la verdad es que ni lo uno ni lo otro. Duque ha sido lo que necesitaba el país, un presidente mesurado, que no le jala a la polarización, que no revira en el mismo tono de los ataques, controlado, estructurado, analítico, conocedor de los temas y, sobre todo, con buenas intenciones. Dentro de dos años podremos calificarlo, y a futuro lo calificará la historia. Pero una historia libre de sesgos.

Es que los historiadores se las traen. Fíjense que Henao y Arrubla, cachacos ellos, impusieron su sesgada historia sin El Caribe, interiorana, según la cual mañana se conmemora la batalla de Boyacá, la llaman batalla de la independencia, no importa que también se conmemore en julio, el 20 en Bogotá, el 10 en El Socorro, y varias fechas diferentes según su lente caprichosa, y niega la real y definitiva independencia que fue trece años después, el 24 de julio de 1823, cuando el Almirante Padilla en el mar, siempre el mar, hizo capitular al mariscal Francisco Morales comandante del último contingente español. Pero Padilla era caribe y de tez morena, había que ignorarlo, ignorar la verdad, así como quisieron ignorar al presidente Juan José Nieto Gil, o como el obtuso Miguel Antonio Caro en épocas sin avión ni autopistas ignoraba al mar.

Con la sesgada historia rosa los colegiales imaginan miles de combatientes lujosamente uniformados cabalgando sobre el Puente de Boyacá y, claro, se decepcionan al saber que era de madera y sobre un líchigo arroyito. ¿La verdad? No importa: Hay que convertir en épica la escaramuza entre harapientos campesinos machete en mano que sí, derrotaron a unos españoles sin mística cuyo jefe corrió a esconderse. “Permitid Dios poderoso que yo plante esta bandera….”, es carreta, puro adorno. Lo del 20 de julio fue una revuelta preparada, vainas de negocios, que les salió bien porque Petro no estaba y Fecode no existía.

Escribir la historia es, entonces, tan importante como hacerla, pues supone una verdad. Bien lo saben los malandros, los guerrillos, y las bulleras minorías. Por ello arman rollo por Rubén Darío Acevedo como director del Centro de Memoria Histórica, y por Enrique Serrano como director del Archivo General de la Nación, ambos de comprobada seriedad. Quieren poner allí a un pro guerrillo como el inefable cura Francisco de Roux, ya en la Comisión de la Verdad, que ninguna verdad dirá.

El propósito de los malandros es tomarse también la historia. Escribir su verdad acomodada para que nosotros salgamos a deberles a los insurrectos de la guerrilla. No. No más carreta. A Duque lo juzgará la historia, pero la veraz, la que toca defender.

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