¿Presidente? ¡No en éstas épocas! En este país hoy para ser presidente hay que nacer en el interior andino, vivir en Bogotá, y lagartearle a las élites cachacas, y yo no cumplo ni los dos primeros, ni nunca he sido ni seré lagarto”. Así que no dio ninguna importancia a lo que los diarios capitalinos y hasta de Medellín y Cali por allá en los años setenta con alguna insistencia expresaban y hasta editorializaban ponderando sus evidentes cualidades de estadista y postulándolo a la Presidencia de la República. Era, sin duda, presidenciable. Es que sus intervenciones en el Senado, así fuera sobre los más nimios temas, fueron brillantes, claras, profundas, de antología.

Llegó muy joven, y de inmediato su inteligencia y su verbo se impusieron y, durante los casi cincuenta años de ejercicio parlamentario fue la voz y la conciencia del Partido Conservador, y hasta de la opinión nacional. Era lo suyo, su vocación y su pasión. Sus innatas condiciones de claridad mental y capacidad de análisis lograban que sus opiniones fueran en las altas esferas siempre consideradas, respetadas, y hasta temidas, y las exponía y presentaba en concordancia con sus principios y su sentir, sin importarle a quién incomodaran. Como lo del debate para la consideración del presentado por algún “progresista” matrimonio igualitario, cuando manifestó su desacuerdo con una magistral intervención que fue lapidaria. Se destacaron también su repentismo, sus salidas agudas y su punzante humor caribe: “Nunca pidas que te investiguen”, dijo a un funcionario muy cuestionado que durante una sesión plenaria salió a defenderse y pidió lo investigara la Procuraduría. “¿Por qué, Roberto”, preguntó. “Ajá, porque te investigan”. “Lo mío es hablar”, dijo alguna vez ante una proposición que presentó un colega para que se limitara el tiempo de las intervenciones, y acto seguido le disparó un alud verbal indicándole elegante, pero contundentemente lo absurdo de su propuesta que, claro, después ni siquiera se consideró. Es que nadie se atrevía a enfrentarse a su excepcional oratoria, claro, nadie se exponía a quedar en ridículo.

Hasta sus contendores le reconocían que su palabra era de oro, cosa escasa en política, nunca incumplió un compromiso ni le falló a un acuerdo. Incondicional amigo de sus amigos siempre tuvo la palabra y el gesto de solidaridad y apoyo.

Se fue el último parlamentario. Sin él, el Congreso quedó sin brillo, es otro. Perdió Colombia, perdieron también el Caribe, el partido y, claro, sus hijos y Lidia, su esposa y compañera, siempre ahí. Nos queda, entonces, su imborrable recuerdo. Paz en su tumba.

Coletilla: Los mejores deseos en el 2022 para quienes día a día abnegados exponen vida y salud para cuidarnos y defendernos: el cuerpo médico y sus auxiliares, la Policía y el Ejército Nacional. Igualmente para nuestros amables lectores y para el equipo EL HERALDO, también de diario esfuerzo. Especiales deseos para que Elsa y Pumarejo continúen por la senda del éxito brindándonos un mejor territorio. ¡Ah! Y que Álex gane.

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