Famoso el cuento del albañil que levantaba una pared, y a su lado estaba el crítico: “Se te va a caer esa pared porque eres malo en eso”, le decía y repetía. Hay dos clases de albañiles: Aquél pusilánime que inútilmente le explica al crítico que no, que tiene experiencia y ha levantado muchas paredes, y el seguro de sí mismo que ignora al crítico e impertérrito continúa su labor.

De todas formas al crítico le va bacano pues, si la pared se cae, reclama el éxito y viene enseguida su bulla: “¡Lo dije! ¡lo advertí! Ese albañil es malo!”; pero si la pared no se cae, no pasa nada, el crítico sigue su camino, nadie lo censura, pero nadie tampoco aplaude al albañil, era su misión. La crítica no es mala per se.

Al contrario, es buena cuando se plantea en forma constructiva. En este país de locos abundan los críticos destructivos, es un oficio que, además, confunden con oposición, no importa el tema, ni su pertinencia, ni mucho menos su importancia. Lo peor: Actúan con gran resonancia en los medios. Muy claro lo expone la columnista Tatiana Dangond: “Valdría la pena analizar por qué una sociedad en la que se pasan por alto verdaderos hechos cuestionables se escandaliza por situaciones que no tienen real incidencia sobre la agenda pública”.

Empero, la que se escandaliza no es la sociedad, sino algunos medios alarmistas, o sesgados, o tal vez malintencionados; y además grupos de redes contratados para lanzar sus venenosos dardos pues saben de los muchos incautos que multiplicarán el efecto. Es que los Petros, los Roy Barreras, Iván Cepedas, Robledos y compañía no son la sociedad, sino un pequeño y emético grupo que utiliza lo que Vargas Lleras califica como populismo parlamentario, para sacar réditos políticos al eco mediático: Pueden decir lo que sea, y nada pasa; ganan con cara y con sello, y lo saben. Ellos son el escándalo, y escandalizan o callan según les convenga.

Tiene razón la columnista: Son muchos, demasiados, los hechos verdaderamente cuestionables y que tienen real incidencia en la agenda pública y en la sociedad, pero los callan porque son en algún grado responsables. Y por el contrario, aquéllos hechos inanes que pudieran aunque sea en menor grado afectar o incomodar la estabilidad institucional, los magnifican y presentan como merecedores del rechazo social.

Como lo de Martha Lucía. ¿Perpetua para violadores de niños? No! Y con asombrosa desvergüenza esgrimen como válidos necios argumentos con apariencia jurídica, como si no tuvieran hijos o nietos, que los tienen, pero no les importa. Lo inquietante es que no hay bulla para la defensa de los valores. No escandaliza su ausencia. Ni hay anticríticos que ventilen al aire la fragilidad moral de los críticos, ni medio que lo destaque.

Hoy lo del Senado es virtual, podrían quedarse ahí confinados, sin bulla mediática, y así no tendríamos que enterarnos de tanto desvarío. Pero les hacen eco, como si fuera importante lo que plantean, como si no fueran unos pocos pájaros disparándole a las escopetas.

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