El drama corporativo más intenso, público y trascendente en la historia empresarial reciente terminó. Tuvo dinámicas más parecidas con los golpes de estado Africanos que al trámite común y corriente de las juntas directivas empresariales. Primero, la abrupta e inesperada despedida del fundador y CEO, quien se había convertido en la cara humana de la revolución de la Inteligencia Artificial. Luego, el paracaídas que un titán tecnológico le envía al recién echado personaje, abriéndole las puertas a él y todo su equipo, a montarle una competencia a su antigua empresa. Después vino la sublevación, cuando el resto de sus colegas – más de 700 de ellos – amenazan públicamente con renunciar e irse al nuevo experimento. Y finalmente la redención. Después de arduas negociaciones se anuncia el retorno del gran líder, el cambio en la junta directiva, y la vuelta a la normalidad.

Estamos por supuesto hablando de la salida y regreso de Sam Altman de OpenAI, la startup que creó ChatGPT y que propulsó la explosión masiva de esta tecnología. Microsoft es el gran jugador, el mayor inversionista de OpenAI, y que ha atado sus destinos a este emprendimiento. Por eso Satya Nadella, su CEO, fue el otro protagonista de esta historia.

Esta seguidilla de movimientos, que solo tomó unos días, y cuyo desenlace apenas se anunció oficialmente por parte de la empresa el 29 de noviembre con el retorno de Altman, Brockman – su cofundador – y el cambio formal en la junta directiva, tendrá implicaciones profundas y de largo aliento no solo para OAI.

Algunas preguntas difíciles surgen de este episodio: ¿qué implicación tiene esta situación para el avance en el desarrollo de la inteligencia artificial? ¿Aumentan o disminuyen los riesgos catastróficos para la humanidad asociados a la IA general? ¿Cuál debe ser la gobernanza idónea de una empresa como OAI? ¿Cómo queda Microsoft parado luego de su gran apuesta?

Ninguna respuesta es clara. En el corto plazo la visión de Altman de OpenAI, que es de crecimiento acelerado en productos y facturación, prevalece y permite desbloquear cualquier intento de frenar su despliegue. Para Microsoft, quien queda por lo menos con un puesto de junta de observador, es una victoria. Por otro lado, la falta de una clara gobernanza corporativa va a impulsar al involucramiento de un actor ausente en esta trama: el gobierno de USA en su rol regulador. Otro efecto es que la incertidumbre que generó esta coyuntura hizo que muchos clientes casados con OAI optaran por no tener todos los huevos en la misma canasta y empezaran a buscar otras opciones. En conclusión, la saga continúa.