Solo una vez lo saludé. Solo una vez le di mi voto. Pero mantengo una gran deuda de gratitud para con él. Luego de terminar ingeniería de sistemas me fui a Inglaterra a estudiar historia y desarrollo de América Latina en un intento por descifrar los enigmas de nuestro atraso. Y, más por lo vivido que por lo leído, llegué a la conclusión de que las razones de ese atraso eran más de software que de hardware. Sí, claro, nos faltan muchas cosas y siempre será bueno tenerlas. Pero la solidaridad colectiva, la cooperación ciudadana, la convicción de que lo que es de todos es de cada uno y no de nadie, la ética laica, el respeto sin excusas de que somos iguales cuando hacemos una cola, no tienen precio. Sin embargo, mientras mejorábamos en bienes y servicios, en ingresos y coberturas, una espiral de corrupción y violencia erosionaba la confianza entre los ciudadanos y entre estos y las instituciones. En esa oscuridad apareció en el firmamento político como alcalde de la capital un cometa exótico, Antanas Mockus. Y gracias a él, al menos para mí, renació la esperanza. Esperanza de transformación social basada en cambios en nuestra cultura ciudadana que cumplieran tres requisitos: Que fueran masivos, comprometiendo a una mayoría de la población; que fueran relevantes, impactando positivamente el bienestar colectivo; y que fueran rápidos, que no tuviéramos que esperar otra generación para verlos.

Cuatro experimentos para la muestra: normas de tránsito, consumo de agua, muertes violentas e impuesto voluntario. Una misión japonesa señaló que más de un cuarto de los problemas de movilidad desaparecerían con solo hacer cumplir algunas normas de tránsito y mejorar la actitud de los conductores. Mockus propuso que eso se lograra con mimos que hicieran avergonzarse a los que no respetaban las intersecciones o las cebras. En menos de un año de llamadas de atención mudas, la movilidad y la neurosis de manejar se habían aliviado notoriamente. En 1997 un par de derrumbes en Chingaza amenazaron con dejar a Bogotá sin agua. Ante la perspectiva de imponer un racionamiento, Mockus decidió servir de modelo televisivo para enseñar a reducir el consumo de agua al bañarse, que era el uso mayor en los hogares. La reducción fue inmediata y siguió mejorando por 10 años hasta llegar a la mitad el consumo per cápita inicial. Con la hora zanahoria, el desarme total y numerosos eventos simbólicos consiguió que entre el inicio de su primera administración y el final de la segunda, se hubiera reducido la tasa de muertes violentas en un 60%. Por último, aprovechando la confianza, hizo incluir una casilla en el pago de impuestos distritales donde se podía agregar un 10% del impuesto cobrado. 65.000 hogares aceptaron hacerlo y muchos continuaron haciéndolo años después.

Aunque tres gobiernos de izquierda deshicieron parte de esos logros, Mockus demostró que sí se pueden lograr cambios sustantivos en conducta ciudadana en un país tan necesitado de ellos. Le adeudo el renacer de mi esperanza.

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