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Tía Susa

Se abrieron las cortinas de los recuerdos y muchos vinieron a mi mente. Los retratos luminosos y aquellos en blanco y negro. Recordé la hija pechichada por mis abuelos, venerada por sus hermanos, consentida por su marido y en los últimos años adorada por sus hijos y nietos.

Esa madrugada estaba escribiendo sobre la muerte digna. Señalaba que la eutanasia activa y pasiva eran una de las modalidades aplicadas de este derecho natural. Otro método, no exagerar las medidas terapéuticas y evitar el encarnizamiento o distanasia que prolongaban una situación irreversible y solo ocasionaban sufrimiento. De pronto el mensaje a mi celular: mi Tía Susa había fallecido a los 91 años. Miré lo escrito y vi más allá de las últimas letras: la más digna de todas es, sin duda, la muerte natural. Morir en casa, rodeada de los hijos y del afecto en ese rastro filial de cariño. Despedirse por ese corredor es un privilegio en este país, donde la violencia toca una tasa de homicidios cerca de 30 por 100.000 habitantes.

Se abrieron las cortinas de los recuerdos y muchos vinieron a mi mente. Los retratos luminosos y aquellos en blanco y negro. Recordé la hija pechichada por mis abuelos, venerada por sus hermanos, consentida por su marido y en los últimos años adorada por sus hijos y nietos.

Creció, mi Tía Susa en los tiempos en que Cereté era unas calles de familias tradicionales, de Las Flores una, y la misa, el sitio de encuentro con los muchachos de la época quienes mirando el Caño Bugre se atrevían a enviar los recados de conquista. Se enamoró y casó con su primo hermano Amaury y tomó el primer riesgo: que la consanguinidad llevara a distorsiones genéticas en sus descendientes. Las leyes de Mendel fallaron y esto no ocurrió. Fue testigo del nacimiento del Departamento de Córdoba y conoció de cerca la política y el dinamismo del bazar de ingratitudes que genera.

Su corazón generoso y su compromiso social lograron canalizar los golpes emocionales que le fueron minando. Cuando supo del cáncer uterino de mi abuela, su energía incontrolable la enfocó en fundar la Seccional de la Liga del Cáncer y luego la Cruz Roja en Montería. De espíritu acelerado le parecía poco estas dos obras sociales de mayúscula importancia en nuestra región. Testimonio hermoso en su sepelio fue cuando las voluntarias de ambas entidades le hicieron calle de honor en la Capilla donde fue despedida.

Tenía unas neuronas en espejo desprendidas y no recuerdo ya cuantas veces llegaba con Tío Amaury a saludar a mis padres, en horas de la noche, contando que venían de la casa de algunas de sus comadres o vecinas ayudando a solucionar sus dificultades. Era un ser humano excepcional que se ponía fácilmente en la piel de los demás.

Hay heraldos que anuncian en la vida ciertos acontecimientos, son las isquemias que vienen antes del gran derrame cerebral. Recibí de un amigo el regalo físico de Semana del 19 de Julio de 1952, cuya carátula, era el rostro de mi abuelo, fundador del Departamento de Córdoba bajo esta leyenda: “un solo proyecto”. Mi abuelo depositó en Tía Susa todo su afecto. Cuando se fue mi abuela todos pensamos que a la semana siguiente mi abuelo se iría también. Eso pasa cuando la pareja tiene como anillo, el más lujoso de todos, la comunión espiritual de la tercera fase del amor. De emociones vulnerables Tía Susa fue acompañarlo a casa de mis abuelos, lo cuido con esmero y se entregó al amor filial para que la soledad no lo impulsara al cielo. Guardo gratitud infinita hacia ella por todos esos años de más que le dio a mi abuelo con su compañía. Igualmente, en el péndulo del afecto de la vida, sus hijos que se dedicaron a ella, recibirán un testimonio de gratitud por parte de alguno de sus nietos por haberle cuidado a su “Abuei”.

De emoción vulnerable, el asesinato vil de Amaury la sepultó. Esos afectos que viven en la cima de la personalidad, con neurotransmisores positivos incontrolables, cuando se caen pocas veces vuelven a subir. Se mira el encierro como el claustro de refugio del alma cuando se pierde el sentido de la vida. Es la ciclotimia de la existencia. La tristeza se convirtió en añoranza y ésta saltó de la melancolía a la depresión.

Solo entiendo a Tía Susa como una mujer que no quería dejar nada inconcluso. En sus oraciones íntimas de las últimas semanas, las cuales no entendía, pedía despedirse después del día de las elecciones y llevar en su ascensión el mensaje de los resultados. Pero también quería dejarle a sus descendientes y a su familia el compromiso y el testamento social de buscar una región más justa, equitativa y generosa, que fueron las motivaciones de su recorrido vital.

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