Cada vez que empata o pierde en casa, muchos de mis colegas empiezan con la misma cantaleta: “El calor está afectando a los jugadores de Colombia, porque patatín y patatán, bla, bla, bla...”.
Si las condiciones climáticas ganaran partidos por sí solas, Junior, con el calor y la humedad, tendría unas diez copas Libertadores y Bolivia, con su altitud, iría a todos los mundiales.
Es obvio que no garantizan nada. Solo es una ventaja que hay que saber explotar con buen fútbol. Como que suponían que el calor enderezaría el pase desatinado de Yerry Mina, que recuperaría la bola que extravío James en zona prohibida y obligaría al árbitro Rapallini a revisar bien el VAR para que verificara que en realidad fue más viveza de Bentancur que penalti de Murillo.
El calor no puso a Cuadrado de lateral, no sacó a Barrios, no metió a Morelos de extremo, no desordenó el equipo, no inspiró a Uruguay. Ni siquiera el sol salió en todo su esplendor.
Ah, y Barranquilla es sede por el calor climático y el humano (que hizo falta ante los charrúas) y que ha empujado cinco clasificaciones mundialistas (¡Cinco! Léase bien: ¡5!). Y el Metropolitano es el mejor estadio del país. La culpa no es del calor.