El expresidente Virgilio Barco tenía grandes inconvenientes al hablar. Para algunos era tartamudo, para otros, disléxico. En algún momento de su vida tuvo la dura enfermedad del Alzheimer. Lo definían como un político que “era manzanillo en Cúcuta y estadista en Bogotá”. Fue un colombiano que supo consolidar sus privilegios y capacidades como profesional y hombre de Estado. Barco fue el artífice de que no naufragáramos como sociedad. Tenía carácter para definir los caminos para resolver las múltiples crisis con las que tuvo que lidiar, pero nunca desconoció el oficio de usar su carrera política para evidenciar la frase de Winston Churchill: “El político se convierte en estadista cuando comienza a pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones”. Nunca le temblaron la voz ni la mano para poner por encima la supervivencia de la nación. Incluso, cuando tuvo dificultades al momento de gritar “viva el partido el liberal”.

Los paradigmas de liderazgo y los temas de hoy afortunadamente son otros, pero la forma de resolver una situación como la de una pandemia mundial, inédita en la historia de la humanidad, requiere de una mirada más serena y menos apasionada. Volviendo a Virgilio Barco, lo fácil en aquellos momentos donde en Colombia asesinaron tres candidatos presidenciales y los barones de la droga asechaban, hubiera sido dar un golpe de Estado y resuelto el problema. Pero hubo en ese momento un líder que consolidó una solidaridad por medio de su ejemplo y de sus radicales acciones. Los colombianos respaldaron con mucho valor las decisiones del gobierno nacional. Dejamos el egoísmo y la pasión inmediatista de lanzarnos al vacío y escogimos la más dura de las rutas: sobrevivir en democracia.

Es insensato ver las noticias habituales donde unos sectores extremistas con intereses electorales a mediano y largo plazo, pregonan ante esta crisis ideas que evocan referendos diarios contra el gobierno actual o en el mejor de los casos dejan entrever sus ansias de salir a las calles de manera inmediata, pero no para comenzar a vivir de forma medianamente normal. No logran fingir su intención ulterior de convocar cuanto antes protestas para rechazar las medidas de un presidente que, como Iván Duque y todos los mandatarios globales, desconocen la varita mágica para superar semejante epidemia con consecuencias de sanidad y de inconmensurables huellas en materia económica y social. Este coronavirus no es un virus incubado por Duque, Santos, Uribe, Pastrana, Samper o Gaviria, ellos pudieron infectarnos de otros odios, pero del COVID-19 no son responsables.

Los activistas son validos al momento de potenciar los defectos o desequilibrios de la sociedad. Greta Thunberg, Malala, Luther King le presentaron al mundo un mensaje de lo envilecidos que somos los seres humanos. La lucha por el cambio climático, la educación y la no violencia para recuperar derechos civiles son luchas que fortalecieron la sociedad y permitieron que este planeta fuera un mejor “vividero”. Lo que escuchamos en el país por parte de grupos aspiracionales en materia electoral inmediatista son lamentos con tufillo clientelista. ¡Qué gran idea convocar un paro en medio y después de una cuarentena!

Algunos de estos “desinteresados” actores de la vida nacional a través de acciones publicitarias domingueras, alientan a sus huestes a la desobediencia civil mientras cobran sueldo como parlamentarios producto de las exigencias de grupos al margen de la ley que buscaban garantías institucionales. Es el momento de decirles que Colombia, y el mundo, en lo que tiene que ver con asuntos de Estado, está buscando una vacuna contra estos activistas de ocasión y reclaman a gritos más Virgilios.

@pedroviverost