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Colombia tiene una deuda con la democracia

De cara a las elecciones del próximo mes de octubre, los ciudadanos tenemos el deber de generar espacios de discusión colectiva sobre planes de gobierno y políticas públicas esenciales para el desarrollo de nuestras comunidades que permitan una interlocución con los candidatos, no desde la postura del votante pasivo que espera un salvador para su ciudad, sino la de un ciudadano corresponsable con su entorno, su futuro y el de su familia. 

El primer jueves del mes de febrero celebramos a nivel mundial el día de las elecciones. Esta conmemoración nació con el objetivo de promover prácticas y valores alrededor de las elecciones y la cultura democrática. 

Dos de los objetivos de esta conmemoración están centrados en promover la participación en las elecciones, de forma libre, informada y transparente. Al revisar los reportes de criminalidad electoral o la incidencia del clientelismo en las elecciones regionales del Caribe colombiano, vemos una alta incidencia de este. Desde las grandes capitales hasta las poblaciones más remotas este fenómeno se repite a lo largo y ancho de la geografía colombiana. 

La democracia es algo que muchos ciudadanos damos por sentado, eso que ocurre cada cuatro años y que solo es efectiva el o los días de las elecciones. En ese orden de ideas cada cierto tiempo los partidos seleccionan unos candidatos, que cumplen con unos requisitos, se despliega una logística coordinada entre la Registraduría Nacional y los distintos niveles de gobierno que permiten al presidente llegar a su mesa de votación, así como a los campesinos de la mojana sucreña llegan en canoa y votan encima de unas mesas por la inundación de sus pueblos, como vimos en las anteriores elecciones presidenciales.  

Adam Przeworski en su libro ¿Por qué tomarnos la molestia de hacer elecciones? plantea que al publicarse los resultados de las elecciones más de la mitad de los electores estará poco satisfecho con los resultados de las mismas y si revisamos las cifras de participación electoral el profesor Przeworski está lejos de equivocarse en el caso colombiano. Pues las tasas de participación oscilan entre un 45 a un 55 por ciento en promedio. 

Algunos legisladores promueven como solución ideal a los problemas de participación electoral instaurar la obligatoriedad del voto. Frente a estas propuestas es importante señalar que, el voto obligatorio aumenta el nivel de participación electoral pero no aumenta el compromiso democrático. Es decir, atacan el síntoma, pero no la enfermedad. Evidentemente los niveles de participación electoral aumentarán, sin embargo, una vez el voto vuelva a ser optativo probablemente los niveles vuelvan a bajar como sucedió en el caso chileno. 

En este orden de ideas, es necesario educar para la democracia, esta educación no parte únicamente de cátedras obligatorias en los colegios y universidades, sino que es necesario que se generen a nivel social espacios de deliberación sobre las problemáticas propias de nuestras comunidades, dejar de creerle al demagogo de turno las propuestas grandilocuentes que tienen poco asidero y posibilidad de realizarse. 

De cara a las elecciones del próximo mes de octubre, los ciudadanos tenemos el deber de generar espacios de discusión colectiva sobre planes de gobierno y políticas públicas esenciales para el desarrollo de nuestras comunidades que permitan una interlocución con los candidatos, no desde la postura del votante pasivo que espera un salvador para su ciudad, sino la de un ciudadano corresponsable con su entorno, su futuro y el de su familia. 

Es hora de que la ciudadanía vuelva a conquistar la política y jubile a aquellos que únicamente han beneficiado a su balance bancario y el de sus financiadores. 

*Director del programa de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Tecnológica de Bolívar.

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