Un bohemio lúcido
Pues bien, hoy se me antoja que esta sencilla anécdota es más significativa que un premio nacional de periodismo, pues todos sabemos cómo se reparten los premios y reconocimientos en este país. De algún modo, aquel viejo taxista es el auténtico precursor del libro que acaba de publicar la editorial de la Universidad del Norte.
Hace algunos años, cuando trabajaba en el libro El arpa del paraíso, la breve, pero deleitable compilación de notas periodísticas del escritor Ramón Illán Bacca, tropecé por casualidad con una columna que relataba una anécdota sobre Campo Elías Romero Fuenmayor. Era uno de los textos que más me gustaba, pero al final decidí no incluirlo. La razón era simple: para entonces ya estaba en marcha el proyecto editorial Campo Elías Romero Fuenmayor. Textos escogidos, y esa anécdota desprevenida, escrita con el humor a flor de piel que caracterizaba a Ramón, me pareció inmejorable para introducir al lector en el universo periodístico de Campo Elías.
No obstante, surgió un problema inesperado: guardé tan bien ese escrito que nunca volvió a aparecer, pese a que lo busqué por mucho tiempo. Como se trataba de una copia tomada directamente del original, no tuve más remedio que hablar con Ramón para que lo buscara de nuevo en su archivo personal. Pero ni la columna apareció, ni Ramón recordaba la anécdota. Parece que, en algún momento, Ramón incluso llegó a poner en duda la existencia de su propio escrito.
Por fortuna, lo que recuerdo basta para ofrecer en esta columna al menos un resumen, una variación de «la anécdota perdida» que sirve de obertura al libro. Sin embargo, como advierte «el tejedor de sueños», es seguro que cederé a la tentación de acentuar o agregar algún pormenor. Sea como fuere, aquí va:
Una noche cualquiera, después de un evento cultural, Campo Elías Romero Fuenmayor y Ramón Illán Bacca detienen un taxi en una calle de la vieja Barranquilla. Informan la dirección, negocian la tarifa y suben al taxi. Lo que sigue es una muy previsible conversación entre dos escritores perspicaces. Una especie de memorable contrapunteo intelectual que solo cesa cuando llegan a su destino. Al momento de recibir los billetes, el taxista, que con inquietante interés ha espiado por el retrovisor toda la conversación, suelta una inesperada perla: «Usted es Campo Elías Romero, ¿cierto? Yo lo leo en la prensa hace años y colecciono todas sus columnas».
Pues bien, hoy se me antoja que esta sencilla anécdota es más significativa que un premio nacional de periodismo, pues todos sabemos cómo se reparten los premios y reconocimientos en este país. De algún modo, aquel viejo taxista es el auténtico precursor del libro que acaba de publicar la editorial de la Universidad del Norte.
Como buen barranquillero, Campo Elías Romero no nació en Barranquilla. Margarita Galindo, recientemente fallecida, lo evocaba como un insomne constructor de sueños, un maestro de la palabra, un poeta del alma; Joaquín Armenta recuerda que sus escritos en la prensa fueron muy disfrutados por sus lectores y rememora, así mismo, su carcajada de catedral gótica, su humor intelectual; Meira Delmar, por su parte, certifica la grandeza de su alma, su infinito amor por la música, su capacidad de perdón y una misteriosa nobleza que lo distinguía de la mayoría de la gente. Queda pues, para los lectores de hoy y de mañana, la escritura inteligente, divertida y mordaz de un auténtico intelectual del Caribe, de un espíritu singular e inconforme, de un bohemio lúcido, de un humanista generoso que no eludía interrogantes, pues, según la poetisa Meira Delmar, su gran amiga, conocía como pocos «el nombre de los ángeles, de las estrellas y los árboles. Como si todo sobre la tierra y en el cielo fuese una sola familia»…
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