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El fervor de Consuelo

‘Ventana o pasillo’ es más que una novela histórica. Es una reflexión sobre el cotidiano asombro de vivir, acaso también sobre los límites entre la realidad y la ficción. En sus páginas, como desapacible torrente, corren parejas las lecturas y la vida: novela, crítica literaria, cultura y memoria, siempre memoria, para conjurar el olvido, para dar sentido a la existencia.

El citófono suena en la mañana lluviosa de octubre, y una voz, como de auxiliar de vuelo, viaja instantáneamente desde la recepción para informar que acaba de llegar un paquete para mí. Por la noche, cuando sube la correspondencia, descubro que la escritora Consuelo Triviño Anzola, que vive en Madrid desde hace muchos años, me ha enviado con gran cortesía su nueva novela Ventana o pasillo (Bogotá, Seix Barral: 2021). Apago entonces el televisor, huyó de la insufrible perorata de los comentaristas de fútbol, que abruma por estos días a Barranquilla, y busco refugio en la estupenda escritura de Consuelo. 

Creo haber escrito «nueva novela», pero ambas palabras resultan discutibles. La primera, pues sus trescientas páginas dan la grata impresión de haber sido largamente meditadas, horneadas a llama baja en el laborioso atanor de la poesía; la segunda, porque sus cuarenta y cuatro capítulos cortos podrían ser leídos también como una espléndida autobiografía intelectual. Se trata, en todo caso, de un relato memorable, apropiadamente dedicado a quienes ayudaron a la autora «a componer, ordenar e inventar los recuerdos.» Gabo, no se olvide, ya nos había dicho que «la vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla.»

A su vez, la novela de Consuelo puede leerse como la crónica de un viaje, una meditación sobre un vuelo transoceánico, si se quiere, que ella empezó hace mucho, en un octubre lejano, un viaje en busca de sí misma. Para dejar atrás el desprecio de los chacales, como ella los llama, el siniestro Estatuto de Seguridad, la obligación de escoger un bando, pero sobre todo para tomar distancia del ardiente estigma de la soledad. «Porque la vida es necesario digerirla para luego inventar los propios personajes». El más importante de los cuales es, sin duda, la imagen que le devuelve el cristal de una ventana de avión, ese extraño reflejo, idéntico y extraño, que recuerda a Genoveva Alcocer, y que trae en su interminable vaivén preguntas esenciales sobre la vida, la memoria, la literatura y la misma dualidad del ser: «¿Te estoy narrando el cuento de mi vida o eres tú quién me lo narra?», se pregunta la heroína problemática. Como en el final de esa magnífica viñeta: «no sé cuál de los dos escribe estas líneas». 

Desde luego, en el trasfondo de  la novela, agazapada, lista para saltar y torcer los proyectos más rectos, está esa azarosa y sangrienta sucesión de retazos que se conoce como la historia de Colombia. Pero Ventana o pasillo es más que una novela histórica. Es una reflexión sobre el cotidiano asombro de vivir, acaso también sobre los límites entre la realidad y la ficción. En sus páginas, como desapacible torrente, corren parejas las lecturas y la vida: novela, crítica literaria, cultura y memoria, siempre memoria, para conjurar el olvido, para dar sentido a la existencia.

Decidida devoción por la vida, que a veces se bifurca con las decisiones que tomamos, o con las que dejamos de tomar. Fervor por el libro, sí, por ese mágico objeto que guarda la cultura, desde los pergaminos que enrollaban los egipcios hasta los códices mayas en forma de acordeón. «Libro que surge del corazón de los árboles, savia de las entrañas de la tierra convertida en hoja. Página en blanco ante ti, a la espera del momento en que el pensamiento va tras el secreto de los signos». 

orlandoaraujof@hotmail.com

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