Federico del Sagrado Corazón de Jesús García Lorca, el gitano de Fuente Vaqueros, nació hace 125 años en un ancestral enclave de moros que conoció el esplendor musulmán hasta la caída de Boabdil. Hasta el sol de hoy, Lorca es el desaparecido más emblemático de la Guerra Civil Española, preludio inequívoco de la Segunda Guerra Mundial. No digo que la muerte de Lorca no deba esclarecerse, ni que su cuerpo no deba recuperarse, como curiosamente pretenden sus familiares, ni que su vida no pueda arrojar luz sobre su arte. Me refiero a que ello no debe relegar a un segundo plano la lectura y el análisis de su magnífica obra poética y dramática.
Es preciso revisitar a Lorca, sin duda; no en su tumba sin nombre, sin huesos y sin epitafio, sino en el milagro vital de su poesía, en la sonoridad de sus versos entre cultos y populares, en las imágenes recurrentes de su escritura, en el relumbrar enigmático de sus puñales, en el galope de los caballos bajo la luna. Lorca elevó al gitano a la categoría de mito literario, como el anónimo autor del Lazarillo a los pícaros, como Rojas a las alcahuetas, como Molina a los donjuanes, como Borges a los compadritos.
Andalucía no se entiende sin Lorca, ni siquiera España; mucho menos el Guadalquivir, esa saeta zigzagueante de barbas granates a la que el poeta cantó entre naranjales y olivos. ¿Qué importa el nombre de sus asesinos si se desconoce el dramatismo de su Romance sonámbulo, si nunca se ha leído en voz alta su Poema del cante jondo, si jamás hemos sonreído con las travesuras de La casada infiel ni nos ha embrujado en Sevilla una monja gitana?
La obra de Lorca es múltiple y polivalente, plena de erotismo, musicalidad y contrastes, de una fuerza expresiva subyugante. Profundamente existencial y colorida, en tanto comprende la naturaleza efímera del hombre, su fugacidad, su desamparo irremediable. A caballo entre la tradición y la vanguardia, entre lo urbano y lo rural, entre lo local y lo universal, su obra se forja con jirones de su propia carne, se enriquece con su peregrinaje y su vagabundeo. Con su capacidad para percibir tanto al gitano como al morisco, tanto al mulato como al judío.
Es cierto que el tópico obsesivo de la muerte en la obra del autor de Yerma terminó por ser profético. Aun así, lo verdaderamente importante no consiste en precisar los detalles particulares de una oscura conjura familiar, plagada de oprobio y de mezquindad, sino en esclarecer el sentido universal de la muerte en el contexto de la obra de Lorca. Lo uno, le interesa a su familia y, por supuesto, a la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Granada; lo otro, en cambio, le incumbe a la humanidad, quiero decir, a los pocos humanos que aún no renuncian al gitano sortilegio de la literatura…