Pasado mañana, domingo 21 de agosto, se cumplirán cien años del nacimiento de Olga Isabel Chams Eljach, más conocida en el mundo de las letras como Meira Delmar. Barranquilla prepara varios homenajes, ojalá en alguno se lea y analice su obra, que es como se debe homenajear a un poeta. En distintas ciudades del Caribe colombiano, así mismo, se han publicado nuevas e interesantes antologías de sus poemas. Claro, es el centenario de su nacimiento.
Por mi parte, he revisitado su obra en los últimos días, desde los afanes y ansias vivas de sus poemas de quinceañera, publicados en La Habana, hasta los versos que dicen, no sin melancolía, «nada deja mi paso por la tierra. En el momento del callado viaje, he de llevar lo que al nacer me traje. El rostro en paz y el corazón en guerra». Porque Meira fue, sin duda, una poeta precoz. Lo resalta con lápiz rojo en su discurso La mujer en su viaje por la tierra, con motivo de su ingreso a la Academia Colombiana de la lengua: «Cruzaba, recuerdo, caminos de la adolescencia, cuando me salió al paso la poesía, y se me hizo amiga para siempre. La encontré luego a lo largo de la vida, en los sueños que huyen, en el son de la lluvia, en la memoria del amor, en la presencia del olvido».
En buena hora, la Biblioteca de Escritoras Colombianas, bajo la coordinación editorial de la novelista Pilar Quintana, incluyó a Meira en uno de sus dieciocho volúmenes. El libro, con prólogo de María Antonia León, se titula Ninguna voz repetirá la mía, poemas de Meira Delmar. Bello título tomado de los versos del poema Huésped sin sombra: «Ninguna voz repetirá la mía / de nostálgico ardor y fiel asombro. La voz estremecida con que nombro / el mar, la rosa, la melancolía».
Hace unas semanas, en un bar barranquillero, mientras presentábamos el libro de Campo Elías Romero Fuenmayor, gran amigo de Meira, el poeta Nicolás Suescún recordó el que en su opinión es, quizá, el mejor poema de Meira Delmar, su Elegía de Leyla Khaled. A punto de terminar esta columna, busco en mi biblioteca el libro Meira Delmar. Poesía y prosa, que María Mercedes Jaramillo, Betty Osorio y Ariel Castillo editaron para la Universidad del Norte. Ejemplar imprescindible de setecientas cincuenta páginas, donde de nuevo pude percibir «la patria convertida en el recuerdo / de un sitio que borraron de los mapas», el lamento de Meira por la audaz guerrillera palestina a quien rompieron los años del asombro y la ternura, y asolaron la puerta de su casa, para que entrara el viento del exilio. La misma que impresionó al mundo en un septiembre del año setenta al intentar secuestrar un avión que volaba de Ámsterdam a Nueva York. No se emborrachaba en La Cueva ni escribía en el burdel de la Negra Eufemia, pero es uno de los miembros del Grupo de Barranquilla. Ella lo sentía así en una de sus entrevistas:
«Era muy amiga de Germán Vargas, Alfonso Fuenmayor, Álvaro Cepeda Samudio, Alejandro Obregón, Gabito. Conocí también a don Ramón Vinyes, que desde su “Reloj de Torre”, alentó en varias ocasiones mi incipiente labor poética. Con el grupo me encontraba en tertulias, actos culturales, exposiciones y formamos una asociación que trabajaba por la cultura, proyectando durante tres años Salones de Pintura Interamericanos que llevaron el nombre de nuestra ciudad a las primeras planas de la prensa continental. No todo se iba en farras…Mi amistad con el Grupo perdura, y doy fe de mi afecto por todos ellos».