40 años repitiendo lo mismo pero con diferente forma: Para que una ciudad sea una gran ciudad no solo bastan las mega-obras de gran costo, que sin duda son indispensables y de enorme beneficio, sino que hay que adornarla con miles de agradables detalles, que por donde uno transite pueda apreciar alguno grato. Así es como se diferencian, entre otras maneras, las muy desarrolladas ciudades del llamado primer mundo. Es, lógicamente algo que impacta al turista, pero más importante, es algo que la hace más amable cotidianamente a sus habitantes. Y en eso la calificación que podría dársele a Barranquilla, es: 1. Aquí no tenemos esculturas, no tenemos fuentes, ni monumentos, ni detalles urbanos que mostrar, por mínimos que estos sean. Cualquier ciudad de Colombia nos aventaja en esta materia y eso es fácil de apreciar, ¡porque aquí prácticamente no tenemos nada! Bueno, con excepción de unos nuevos, muy artísticos y vistosos murales tipo grafiti y unos bulevares renovándose. Al afirmar esto soy, sencillamente, realista, y lógicamente lo que trato es de transmitir y desnudar una desafortunada condición que deberíamos desde ya remediar. Me encantaría poder colaborar con sugerencias y propuestas a quienes les corresponda en la administración, pero por experiencia de décadas, sé que esto acá es muy difícil.

Esta columna la escribo desde Vancouver, ciudad del Canadá donde viven mis tres hijos con sus familias, a quienes estoy visitando. Si entras a Google e indagas sobre las ciudades con mejor calidad de vida en el mundo, Vancouver, desde hace más de 10 años está entre las cinco primeras. Esto por muchas razones, hasta el punto que preguntando a amigos de mis hijos sobre qué falla le encuentran a esta ciudad, una respuesta repetida es: “Es demasiado perfecta”, y eso va un poco en contra del modo de ser latinoamericano. Todo, tanto lo público como lo privado está bien diseñado, bien construido, bien mantenido, muy limpio, todo el mundo es respetuoso, un tráfico ordenado, rodeada de mar por todas partes, una vegetación exuberante, con su Stanley Park de 405 hectáreas de extensión, y las montañas heladas a media hora. Pero mientras uno conduce o transita por esta bella ciudad, lo que lo mantiene a uno distraído y admirado, además de sus edificios de bellísima arquitectura y sus amplias avenidas, son los miles y miles de detalles, esos de los que en nuestra ciudad adolecemos casi por completo.

Para lograr cambiarle la cara a Barranquilla se requiere, además de rediseñar y reconstruir todo el espacio público entre los bordillos y los paramentos, incluyendo andenes, jardines residenciales y mobiliario urbano, hoy convertidos en desastrosa colcha de retazos deteriorados, dotar a la ciudad de cientos de detalles agradables. Solo es necesario tener imaginación, mucha imaginación, gestión de gobierno, saber vincular a la empresa privada de acuerdo a la capacidad de cada una y a las universidades, apoyar a nuestros artistas, escultores, diseñadores, organizar concursos, crear estímulos, llenar así los miles de espacios posibles en el norte, centro, sur, suroriente y suroccidente de la ciudad. Y eso quizás no sea “mogollo”, pero de que es posible, sí lo es. Lástima que como la mayoría de mis propuestas, esta, muy seguramente quede condenada a ser un pedacito de papel, leído por quienes quieren mucho a Barranquilla, pero ignorada como casi siempre, por quienes sí podrían apoyarla.

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