No estábamos preparados para enfrentarnos al rival. Subestimamos la fuerza de nuestro enemigo. No creímos en la amenaza que podía llegar a ser. Nos confiamos en los resultados del pasado. No hicimos nada para prevenir la nefasta consecuencia. Y en últimas, pasó lo que tenía que pasar, perdimos. Y perdimos mucho.
Pensarán algunos que cuando hablo de una pérdida estoy hablando del humillante seis a uno que le hizo esta semana el equipo de fútbol de Ecuador a la Selección Colombia de Queiroz. Pensarán algunos que estoy hablando sobre el partido que sin lugar a dudas pasará a la historia como una de las derrotas más desastrosas del balompié colombiano. Pensarán que estoy hablando de los 90 minutos que dejaron a más de uno con la esperanza debilitada para un Qatar 2022.
Sin embargo, por más que muchas veces haya dicho que el fútbol es mucho más que un deporte, pues tiene la particular habilidad de unir momentáneamente en un solo corazón a este país tan quebrantado por la polarización, y por más que considere que no hay nada de banal en preocuparse por el futuro futbolero de esta nación, la goleada más grande que recibió Colombia en éstos últimos días no tuvo nada que ver con un balón. Tuvo que ver con la madre naturaleza.
El huracán Iota pasó por nuestro territorio y salió victorioso. Y lo peor de todo, fue fácil. Tan solo tuvo que encontrar el espacio abandonado por todos los jugadores, el espacio al que ninguno de los tantos ‘directores técnicos’ que han pasado por ahí le habían prestado atención, un vacío que había quedado precisamente así, vacío, porque todos se lo han robado sin escrúpulos, y, por ende, no tiene ningún tipo de defensa. Y por ahí se metió. Y desde ahí goleó.
Tal cual como sucedió con los once jugadores que en la cancha no pudieron defenderse, haciendo evidente la falta de preparación para poder recibir los ataques ecuatorianos, así mismo sucedió con Iota y el archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina. No estábamos preparados para el desastre. Nos confiamos tanto en el hecho de que en el pasado siempre hubo amenazas, pero nunca golpes, que no dimos ni para prevenirlo con una evacuación que hubiese evitado las dos muertes y los cientos de heridos.
Y así como con esta última jornada de eliminatorias, nos dimos cuenta que nuestra Selección Colombia tiene carencias, que no hay orden, que no hay un buen líder, y que solo hay improvisación, así mismo quedó en evidencia la realidad de las islas de San Andrés, Providencia y Santa Catalina. Ahí no hay nada. No hay hospitales decentes. No hay un centro de desastres decente. No hay servicios básicos decentes. Solo hay atraso. Un atraso que resulta de las terribles administraciones de sus dirigentes.
Porque para nadie es un secreto que al archipiélago lo han saqueado por décadas, y por eso es que ni el colorido de sus aguas es capaz de ‘pintar’ con buenos ojos este lugar de mucho potencial, pero tristemente, de muy poca sustancia.
Porque para nadie es un secreto que esto era una crónica de una muerte anunciada.