En el mes de agosto me llamó un amigo a decirme que había visto los avances de un nuevo programa de televisión que podía interesarme, pues, conociéndome como lo hace, creía que yo sería “perfecta para el papel”. El programa era un ‘reality’ llamado Mi familia baila mejor y lo único que sabía de él en ese entonces era lo que se decía en los comerciales: “querían familias apasionadas por la danza para que compitieran por el sueño que podría llegar a cambiarles sus vidas”.

Como algunos de ustedes ya deben saberlo, si es que me siguen en mis redes sociales, después de sopesarlo mucho me atreví a decir que sí y un par de semanas más tarde estaba en las instalaciones del canal RCN ensayando bailes para el programa.

La verdad es que tenía muchas dudas. Primero, sabía que me estaba exponiendo a lo mismo de siempre, a que me criticaran por mi baile, a que me dijeran que hago muchas caras cuando estoy en un escenario y/o a que me dieran látigo por las imprudencias que podría llegar a decir. Segundo, tenía temor de bailar con esta familia que armé para el programa, ya que aunque tanto mi cuñada, Isabella Chams, como mi amiga de toda la vida, Maripili de la Cruz, han sido, como yo, unas bailarinas aficionadas desde siempre (y carnavaleras como toda buena barranquillera debe serlo), nunca antes lo habíamos hecho juntas y cada una tenía su estilo particular para hacerlo. Y por último, pero quizás lo más importante, simplemente le tenía miedo a lo desconocido, pues no sabía cómo iba a ser la dinámica de un programa que jamás se había visto en Colombia.

Aún así, dijimos que sí, pues como siempre me dice mi papá: “uno se arrepiente más de lo que deja de hacer que de lo que hace”, y realmente ninguna de las tres sentíamos que teníamos algo que perder. Teníamos el tiempo, teníamos las ganas y teníamos las agallas.

Sin embargo, nunca pensamos (y hablo en nombre de todas) que íbamos a ganar tanto, que íbamos a encontrarnos con gente tan maravillosa y que íbamos a verdaderamente entender que “el baile es capaz de sanarlo todo”. Cuando fui reina del Carnaval pude vivirlo en carne propia, pero a la vez pude verlo en los miles de integrantes de grupos folclóricos que trabajan el año entero por su danza, que curan sus penas con un tambor y que ayudan a sanar un barrio lleno de balas a punta de disciplina y baile.

Pero ahora lo entiendo aún más, ya que las familias que he conocido en este programa me han enseñado que sin importar qué tan difícil se pongan las cosas, el baile es capaz de limar las asperezas que a veces te da la vida. Yo aquí he conocido familias con historias difíciles, familias que se han enfrentado al bullying por ser diferentes, familias que han utilizado el baile para unirse y perdonarse, familias en las que el baile les ha dado qué comer y familias en las que el baile les ha dado razones para seguir adelante.

Y por eso, a pesar de que tal vez no nos ganemos el premio final (pues ajá eso siempre es una posibilidad), nosotras (y sigo hablando en nombre de todas porque sé que para cada una es así) ya nos sentimos ganadoras. Si salimos de aquí, no nos vamos con las manos vacías, pues no solo hemos tenido la oportunidad de bailar, brillar y aprender de los grandes, sino que hemos tenido el placer de entender que aunque la felicidad no se compra, sí es capaz de ser compartida. Y vaya que nos han compartido de eso.

Porque a todos nos puede hacer falta todo, se nos puede acabar todo y nos pueden quitar todo, menos lo ‘bailao’.