En el funcionamiento cotidiano de una nación, la administración eficiente de lo esencial es comparable al metabolismo basal del cuerpo humano: invisible, pero imprescindible. Así como no nos preocupamos conscientemente de que nuestros corazones sigan latiendo o de que nuestros pulmones continúen llenándose de aire, en una sociedad bien administrada los ciudadanos no deberíamos preocuparnos por la seguridad, el acceso a los servicios públicos, o la disponibilidad de los diferentes medios de transporte, entre otros aspectos necesarios para que el progreso individual y colectivo pueda fluir sin interrupciones.

Sin embargo, recientemente en Colombia vivimos una alarma que nos recordó lo difícil que resulta alcanzar ese escenario, todavía lejos de nuestra realidad. La breve crisis que motivó la posibilidad de una escasez de combustible para aviones fue suficiente para sembrar gran incertidumbre. Aunque el suministro se restableció rápidamente, el evento dejó al descubierto una verdad inquietante: la infraestructura de servicios esenciales, que debería ser extremadamente sólida, mostró nuevamente una vulnerabilidad perniciosa y una lamentable pérdida de confianza.

El Estado tiene la responsabilidad de garantizar lo fundamental, independientemente de las circunstancias. Un entorno en el que los ciudadanos confían plenamente en la capacidad del gobierno para mantener los servicios esenciales, es uno en el que pueden concentrarse en su crecimiento y bienestar. Por el contrario, cuando esos pilares se agrietan, o no terminan de consolidarse, reina la desconfianza y se paraliza el progreso. Desde luego, la posibilidad de no contar con energía o combustibles obstaculiza cualquier idea de desarrollo.

Imaginemos por un momento que nuestras funciones corporales básicas no fueran automáticas, que debiéramos estar pendientes de cada respiración y cada latido. Sería imposible concentrarnos en algo más, incapaces de avanzar en cualquier otra área de la vida. Del mismo modo, una sociedad que debe preocuparse constantemente por la estabilidad de sus servicios esenciales es una sociedad atrapada en la incertidumbre, incapaz de avanzar.

El Estado, como administrador de esas funciones vitales, debe actuar con la misma precisión y consistencia que el cuerpo humano en su regulación interna. Es una tarea que no admite fallas, porque la estabilidad y el progreso de toda la nación dependen de ello. Más trabajo y menos política. En ese sentido, la posibilidad de una escasez de combustible para los aviones constituye un recordatorio sobre la importancia de un Estado eficiente, uno que se preocupe por que todo marche con fluidez y sin mayores sobresaltos. Eso no se nos puede olvidar.

moreno.slagter@yahoo.com