Lo escribí hace diez años: una de las tantas diferencias entre los países que consideramos desarrollados y los que no lo son, es que los primeros comprenden la importancia del mantenimiento de su infraestructura, mientras los últimos enfatizan desproporcionadamente sus inversiones en construirla. Las carencias en cuanto a la dotación pública podrían explicar tal forma de actuar, dado que queda mucho por hacer. Sin embargo, lo que sucede con esa costumbre es que resulta aún más tortuoso consolidar un entorno que facilite el progreso: el deterioro de lo que ya tenemos motiva reconstrucciones repetidas.

Una noticia que este diario publicó hace poco, registrando la corrosión y el desgaste de algunos componentes del puente Pumarejo, ha puesto en evidencia esa situación. Algo similar, aunque mucho menos grave, encontré en un recorrido reciente por el centro gastronómico de Puerto Colombia, Muelle 1888.

Lo que sucede con el puente Pumarejo se viene advirtiendo prácticamente desde su inauguración, cuando el vandalismo y el deterioro lo afectó. Debido a eso y según se registra en la página del Invías, en febrero del 2021 la gerencia especializada nombrada por la entidad dispuso de cuadrillas exclusivas de mantenimiento «conformadas por microempresarios que realizan este tipo de labores permanentemente a lo largo y ancho de la estructura». Es evidente que algo debió pasar con esa noble iniciativa, o que el significado de permanentemente es confuso, porque el óxido siguió creciendo. En realidad, tampoco se sabe nada sobre esa gerencia especializada, que debería estar ofreciendo explicaciones.

En el Muelle 1888, un proyecto agradable, que desde su puesta en marcha ha brindado un necesario impulso a la economía porteña, empiezan a asomarse unas fastidiosas manchas pardas en su estructura de acero blanco. Por ahora eso no significa mayor cosa, pero ya es un anuncio. Se espera, por lo tanto, que los responsables de su administración cuenten con un juicioso plan de mantenimiento que les permita conservar la dignidad de esa inversión, cercana a los 38 000 millones de pesos. No vaya a ser que corra la suerte de su vecina, la plaza Francisco Javier Cisneros, en cuyas estructuras de cubierta ya se observan elementos con un alto nivel de corrosión que probablemente deberán ser reemplazados pronto.

Nuestro entorno es salino y agresivo. Sabemos hace rato que cualquier cosa que expongamos a la intemperie se oxidará, que el acero inoxidable tiene sus límites y que hay materiales que es mejor no usar. Es increíble que este tipo de asuntos todavía nos tomen por sorpresa.

moreno.slagter@yahoo.com