El 2 de noviembre del 2022 comenzaron las obras de ampliación y mejora del primer tramo (unidad funcional) de la Carrera 51B, un proyecto que fue bautizado como la «Gran Vía». En ese entonces se anunció que los trabajos demandarían un año y medio para su conclusión, un plazo que se venció el pasado mes de mayo y que no ha sido honrado. Eso no es extraño. En el entorno público rara vez se acierta con los plazos, bien sea por exceso de optimismo al establecerlos, por descuidos en la planeación, o por pura ineptitud. Lo cierto es que seguimos esperando la inauguración de ese primer tramo, aunque a estas alturas, creo que si logra terminarse este año podríamos darnos por bien servidos.
Es comprensible que la construcción de ese tipo de infraestructuras suponga incomodidades importantes para los usuarios, quienes usualmente aceptan las molestias pasajeras. Al fin y al cabo, serán sucedidas por mejoras, así que la paciencia y la tolerancia se estiran. Lo que no puede ser aceptable es que se ponga en riesgo a los ciudadanos o que se afloje el control, permitiendo que un peligroso desorden se apodere de los frentes de trabajo.
Eso es justamente lo que está pasando hoy con la Gran Vía, que exhibe un caos inexplicable. El tramo que va desde la avenida Circunvalar hasta la clínica Portoazul, es tierra de nadie. El separador, que ya estaba listo, está roto en tres partes para permitirles maniobras provisionales a los vehículos, que igual tienen que sortear unos obstáculos dignos de una pista de motocross. Esos precarios pasos no están señalizados debidamente, así que se forman unos nudos tremendos en los que hay carros en ambos sentidos intentando doblar y otros haciendo giros en «U». Cuando se incorpora el tráfico de entrada o salida de los colegios cercanos el enredo se multiplica. La calzada adyacente a la clínica está completamente invadida por vehículos estacionados en dos de los tres carriles, dejando un estrecho paso para ingresar a la zona de urgencias y a los parqueaderos. Todo eso está sin señalizar, no hay una sola indicación que le informe al ciudadano por donde debe transitar. Los peatones, como si fueran ciudadanos de segunda clase, deben defenderse como puedan. Por supuesto, los agentes de tránsito hacen escasa presencia, así que reina la anarquía.
Ya es suficiente con soportar los atrasos y la falta de ejecución oportuna. Los responsables de esa obra, sus constructores y las autoridades de Puerto Colombia, podrían hacer un esfuerzo mayor y tratar con decoro y respeto a quienes financiamos esos trabajos. Es insultante su mal manejo.
moreno.slagter@yahoo.com