No habían pasado cinco minutos desde que se conoció la noticia del atentado contra Donald Trump, cuando ya en X empezaron a surgir publicaciones acusadoras contra «la izquierda». Al poco rato las interacciones se contaban por millones, con señalamientos a la CIA y al denominado Deep State, un supuesto poder fáctico de empleados del gobierno, protagonista de audaces teorías conspirativas. Las acusaciones llegaron a mencionar a Ucrania, a la Mossad e incluso a los transexuales. Desde luego, las redes también se vieron inundadas con mensajes contrarios asegurando que todo era un montaje, que Trump se había lastimado a sí mismo para aumentar sus chances de victoria en las elecciones de noviembre (como aquel portero chileno, Rojas, que se cortó una ceja con una cuchilla en el Maracaná). A esos, en particular, se les olvidó que el lamentable episodio dejó muertos y heridos. En fin, un momento oscuro coronado por la sarta de disparates que ya va siendo habitual.
Días después, lo cierto es que no sabemos qué motivó al perpetrador. Se trataba de un joven de 20 años, sin antecedentes, más bien solitario, con afición por las armas, que había sufrido matoneo en el colegio y se registró como republicano cuando cumplió los 18. Por ahora, la información reportada lo describe mejor como un marginado que como un activista, un escenario lejos de las esperpénticas conjeturas que rebosaron los canales digitales.
Lo malo no es que seamos hábiles para inventarnos tal cantidad de basura, sino que su pestilencia nos atraiga de forma desmedida. Será «la necesidad de concluir» (que dice Savater que dijo Flaubert), lo que lleva a algunas personas a apurar inferencias que casi siempre terminan siendo parecidas a los cánones de cada quien, o del grupo con el que simpatizan. ¡Claro que fueron los demócratas! ¡Por supuesto que es un montaje! Esos arrebatos, que pueden considerarse inofensivos, terminan inflamando los ánimos más allá de lo recomendable y quizá incubando ideas perniciosas, peores al acontecimiento original o emulándolo. Lo que pasó fue grave, pero lo que casi pasa hubiese sido catastrófico.
Suele ser suficiente con quedarse callado, calmar los dedos y huir del teclado. Pocas veces las declaraciones exaltadas salen bien. Alejarse un poco de las situaciones e intentar verlas desde una prudente distancia puede ayudar a comprenderlas mejor. También podemos frecuentar menos las dichosas redes sociales y conciliábulos similares, o no visitarlas más: poco es lo que verdaderamente aportan y mucho lo que desinforman. Y hay que ver cuánto exasperan.
moreno.slagter@yahoo.com