Si todo sale bien, a finales del 2027 (o a principios del 2028), Barranquilla contará con la infraestructura cultural más moderna de la costa Caribe, y posiblemente una de las mejores del país. Me refiero al teatro y centro cultural Amira De la Rosa, que por esas fechas deberá estar de nuevo en servicio.
El camino de la recuperación del Amira no ha sido fácil. Como sabemos, en julio de 2016 el teatro tuvo que suspender sus operaciones. Para intervenirlo, el Banco de la República necesitó consultar al Consejo de Estado, cuya respuesta condicionó las acciones del Banco a la propiedad del predio, por eso, se tuvo que adelantar el trámite para la donación formal del teatro por parte de la Sociedad de Mejoras Públicas. Luego de ese proceso, colmado de tropiezos y demoras, fue requerida la elaboración de un Plan Especial de Manejo y Protección. Superada esa instancia, se eligió la firma responsable de los diseños definitivos. Hoy los diseños han sido entregados, se han obtenido la mayoría de las licencias pertinentes y pronto iniciará la elección de la firma constructora para la ejecución de la obra.
Aunque en principio el tiempo que ha demandado todo el proceso parece excesivo, conviene recordar que se trata de procedimientos regidos por múltiples instancias, cada una con plazos, métodos particulares y genuinos intereses por un resultado adecuado. El asunto es menos de velocidad y más de consistencia, porque, en cierta medida, los desafíos más significativos vendrán después.
Como dije, dentro de unos años nuestra ciudad tendrá un teatro excepcional, tutelado por una institución sólida y confiable. El complejo contará, además, con una sala alterna, salas de exposiciones y todos los requerimientos espaciales y tecnológicos que demanda un escenario de primer nivel. El Banco de la República habrá cumplido con la demandante tarea de poner al Amira De La Rosa de nuevo en servicio y propiciar un esquema de funcionamiento que facilite su sostenibilidad. A partir de entonces, la responsabilidad será también nuestra.
Esta es una ciudad que en principio se enorgullece de su vocación artística y de nuestros aportes a la cultura y al folclor nacional, pero en la que a veces flaquea el compromiso. Al Amira habrá que asistir, pagar las entradas y apoyar su programación. También nuestro sector privado deberá hacerse ver y vincularse, no necesariamente con donaciones, sino contratando sus servicios o patrocinando iniciativas. El Distrito, en términos similares, también tendrá que montarse al bus y evidenciar un apoyo decidido. Para su subsistencia, el nuevo Amira debe contar con el concurso de todos, por fortuna, tenemos tiempo para organizarnos.
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