Basada en una novela de P.D. James, la película de Alfonso Cuarón que da título a esta columna plantea un futuro apocalíptico en el que la humanidad deja de tener hijos. Estrenada en el 2006, la trama destaca el desbarajuste social que implica un escenario así, con el planeta plagado de creciente pobreza, revueltas en varios países y un fortalecido nacionalismo, expresado mediante el violento rechazo a los inmigrantes y una destructora carga xenófoba que da sustento a la historia. Unas cuantas décadas antes Soylent Green, la popular distopía cinematográfica de los años setenta, prefería acogerse a las predicciones de Malthus y explotar la idea de la superpoblación como catalizador del desastre. Aunque en ambas ficciones salimos mal librados, los tiempos que vienen parecen acercarse más a los planteamientos de la novela de James: efectivamente, los seres humanos nos estamos reproduciendo menos.
Los datos son incontestables. En todo el mundo, la tasa de fertilidad, es decir, el número de hijos que una mujer promedio tiene en su vida, ha disminuido desde la década de 1970. En casi todos los países (incluyendo a Colombia, con algunas excepciones importantes en África y Asia), esta cifra ha caído por debajo de la tasa de reemplazo ―2.1―, que tiene en cuenta las muertes infantiles y los desequilibrios de género. Si no se llega a ese umbral la población está destinada a reducirse.
Las consecuencias derivadas de ese escenario no son poca cosa. Desde el envejecimiento de la población y la disminución de la fuerza laboral, hasta la reducción del dinamismo y la innovación, las implicaciones son profundas. La sostenibilidad de los servicios públicos, especialmente el esquema de las pensiones (un modelo piramidal, en el que los más jóvenes sostienen a los mayores con la promesa de recibir un tratamiento recíproco), está en juego.
Por ahora, especialmente en Europa y Norteamérica, los flujos migratorios han mitigado en alguna medida el impacto del descenso de la población nativa. Sin embargo, esa no parece ser una dinámica sostenible. No solo los que van llegando se adaptarán (tendrán menos hijos), sino que, además, se espera que también en los países de origen los nacimientos bajen muy pronto.
Todavía no se ha encontrado una estrategia contundente que anime a las personas a ser padres y pueda observarse un rebote de las tasas de fertilidad. Parece que cada vez son más las razones para no tener hijos, y empieza a ganarnos el pesimismo. Que el futuro no se parezca a los perturbadores escenarios de la película de Cuarón demandará un esfuerzo colectivo sin precedentes. Quizá ya va siendo hora de pensar en eso con la seriedad que merece.
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