Theodore McCarrick fue hallado culpable de haber “...
El titulo es:Lo bueno, lo malo y lo peor
El alijo (1.200 bloques repartidos en 40 sacos) fue hallado...
Acabó, por fin, el extenuante proceso electoral, y tenemos nuevo presidente. La búsqueda de identidad, llevada a cabo en interacción con los demás, y la necesidad de pertenecer y ser aceptado por una colectividad –donde, más que la legitimidad de las ideas, prima la urgencia de sentirse apreciado y protegido– fueron definitivas para atizar el maniqueísmo político que vivimos los colombianos durante los últimos meses. Acabó, por fin, la perturbación comunal por el triunfo o la derrota. Como ocurrió en el 2010, millones de simpatizantes del expresidente Uribe cerraron filas coherentemente alrededor del candidato del CD y consiguieron una victoria indiscutible. Ahora podremos retomar –si acaso no nos sorprende otra trifulca producto de una traición inesperada, o de los desplantes propios de los egos investidos de poder– las vanas conversaciones y las enclenques y habituales relaciones fraternales. Pero, no nos llamemos a engaño, nunca seremos los mismos. Así como las batallas del amor acaban por develar lo que se oculta por años con ingeniosa destreza, en la manera de asumir una gesta electoral entrevemos los absurdos matices del alma humana. Por dicha, cambiaremos de tema. Podremos volver a hablar de los aretes que le faltan a la luna, o de la arbitrariedad del rayado de las cebras; qué gusto será subir al ascensor sin la zozobra de intuir lo que viene cavilando el vecino opositor, y dejar entre renglones la fatídica fusión político-religiosa que nos mantuvo un buen tiempo, como decía mi abuela, con el marisco revuelto. La verdad, ya estábamos hasta el moño tanto de Duque como de Petro, pero, sobre todo, de los fanáticos partidarios belicosos que se sumaron a la causa haciendo del ejercicio democrático una cruzada furibunda colmada de agravios. No será fácil para Duque; en contraste con el incierto 2010, necesitará de algo más que tres huevitos para devolverle la cordura a esta patria delirante y dividida que, pese a todo, cumplió con el máximo derecho y deber que tienen los ciudadanos. Por ahora, y mientras el próximo gobierno se pone a punto de caramelo para asumir tan complicada tarea, hay que dar testimonio de tres cosas.
Lo bueno: el compromiso de Duque. “Nuestra bandera será la lucha frontal contra la corrupción, la politiquería y el clientelismo” “No vamos a fracturar la justicia, ni vamos a llegar a desinstitucionalizar a Colombia” “No vamos a hacer trizas los Acuerdos” Ojalá no se le olvide.
Lo malo: insólito que el expresidente Uribe, el líder del CD vinculado a investigaciones por nexos con grupos ilegales, y cuyo gobierno estuvo envuelto en escándalos de corrupción, sea la figura más influyente del nuevo equipo de gobierno.
Lo peor: el servilismo y oportunismo de los medios de comunicación y la clase política tradicional, y la ofensiva lenguaraz e incompetente llevada a cabo en las redes sociales.
Acabó todo ¡por fin! y, como dijo el ciego, amanecerá y veremos.