Cuando Pedro Sánchez llegó a gobernar España no me emocionó, pero tampoco me alarmé en demasía. Porque sin comulgar con la ideología del Partido Socialista Obrero, puedo reconocer, por ejemplo, que de los años de Felipe González se me hacen destacables algunos logros en áreas puntuales.

Con el nuevo PSOE liderado por el Sanchismo, en su momento comprobé su apabullante capacidad de renovarse, el mismo presidente del Gobierno venía a ocupar ese cargo regresando de las cenizas de la política. Lo que pasa es que ya desde el inicio tenía un reto enorme y es que necesitaba hacer coalición para llegar a mayoría. Se fue por la opción de Podemos, una alianza con mi poco estimado Pablo Iglesias, que resultaba mejor para el país que seguir en un limbo político. Era el mal menor para los del Partido Socialista. Eso sí, Pedro había asegurado en campaña que no podría dormir tranquilo si tenía a Iglesias muy cerca... (le parecía Pablo, populismo barato de izquierda); hoy sus enemigos y votantes le cobran mucho esa frase.

Sánchez, se suponía, gobernaría por un tiempo transitorio y estaría en el cargo lo justo. Su misión era la de recomponer y convocar a nuevas elecciones. Pero... en sus planes no estaba, llegar al poder para dejarlo tan rápido. Agarrándose de todo tipo de argumentos, se ha ido afianzando y amañando en La Moncloa, no tiene la intención de salir de allí pronto, al menos no por sus propios pies. Sin haber construido un proyecto sólido de gobierno, está en su cargo, reinventándose cada 24 horas para no perder su actual espacio.

Pablo, por su parte, habiendo conseguido ser vicepresidente del Gobierno, renunció para su candidatura en Madrid, pero como la política es una máquina para crecer egos e igualmente acabarlos, el de Podemos perdió de manera estrepitosa. El electorado premió en gran medida a Isabel Díaz Ayuso, quien representa todo lo contrario a Iglesias. Tan golpeado quedó, que dice él que se retiró de la política (yo no le creo).

La semana pasada Sánchez hizo un giro diplomático en las relaciones España-Marruecos que ha provocado una hecatombe, pero aún así, él sigue aferrado a su cargo. Y seguirá. En especial si el Partido Popular se continua dejando llevar por la vorágine de pugnas internas iniciadas por Pablo Casado y Teodoro García Egea. Es tal la falta de unión, de proyecto común de los azules, que a pesar de tener en sus filas al fenómeno en que se ha convertido Isabel, son incapaces de hacerle frente al PSOE.

Todo indica que Alberto Núñez Feijoó será el nuevo líder del PP, poniéndole fin a la era Casado, que no solo no supo cómo atajar al Sanchismo sino que pretendió diluir a dos de sus más feroces y prometedoras figuras: Díaz Ayuso y Álvarez de Toledo. Unos errores que nadie se explica. Así que, en la medida que el liderazgo del gallego no esté a la altura, este cambio de jefatura tampoco significará mucho.

Debe el Partido Popular hacer un mea culpa, que le permita plantar cara a Pedro y sus desatinos. Con un proyecto nacional que represente los deseos de quienes respaldan el orden liberal. De lo contrario, el problema no será solo el PSOE o Podemos, sino los votantes que VOX con su nacionalismo y extremismo le seguirá robando en su parte del espectro ideológico.

@KDiarttPombo