Mañana jueves 25 de noviembre es el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia Contra la Mujer, una conmemoración instituida por la Organización Mundial de la Salud para buscar más equidad en las relaciones hombre - mujer.

Varias veces he escrito que cuando uno trabaja con parejas que conviven con la violencia conyugal encuentra en ambos la concepción errónea, producto de la cultura machista, que puede resumirse en la frase trillada: “El hombre es el que manda”.

Tanto el hombre violento como su víctima están convencidos que el sexo masculino representa la autoridad y que la mujer debe ser siempre una compañera sumisa y obediente. El hombre se siente dueño de la mujer, y ella se somete porque cree que ese es su destino: pertenecer a un hombre. Así se perpetúa la relación violenta. Ahí no tiene cabida la democracia conyugal y las acciones que se generan con esa idea son muchas veces trágicas.

La violencia física, que se presenta en cuatro de cada diez parejas - según una encuesta de Profamilia - debe ser denunciada. Pero esto no ocurre en tres de cada cuatro mujeres golpeadas.

Cuando la mujer no denuncia la agresión está impidiendo que su cónyuge reciba las consecuencias que lo pueden reeducar. Cuando la mujer se mantiene en silencio le está confirmando al cónyuge la idea de que tiene derecho a golpearla. Como es natural, al poco tiempo la vuelve a golpear.

La denuncia debe hacerse ante la autoridad competente, una inspección de policía, una comisaría de familia o la Fiscalía. Esto desata una crisis en el matrimonio, algo a lo cual muchas mujeres tienen miedo.

Pero sin crisis no hay cambio. Para que los golpes desaparezcan es necesaria una crisis.

En este momento es cuando más se necesita un asesor externo que en forma inteligente, desapasionada y serena lleve a la pareja por el camino del cambio - tanto en él, como en ella -. Las cosas salen mal cuando la pareja actúa llena de sentimientos que causan confusión, como el resentimiento, la culpa o los deseos de venganza.

Algunas veces la mujer golpeada no sabe defenderse - o si sabe, pero no lo hace porque aprendió en su hogar que “el hombre es el que manda” - y es entonces cuando los familiares de la víctima entran en acción para protegerla, muchas veces con intensos deseos de venganza. Esto termina por enredar más las cosas.

Otras veces la mujer se asusta con la soledad y perdona sin exigir ningún tipo de tratamiento que les asegure un cambio real, en su cónyuge y en ella. Generalmente entonces se cronifica el proceso: agresión-perdón-agresión-perdón-agresión-perdón...

Muchas veces, sobre todo cuando hay alcohol y drogas de por medio, la pareja inicia un tratamiento que no se lleva hasta el final. Cuando ella ve los primeros cambios cree que ya todo pasó y deja de exigir la terapia. Esto termina por enredar más las cosas. El marido vuelve a consumir licor o drogas y se pone agresivo otra vez.

Pero hay muchos casos en que ambos cónyuges aprenden a convivir democráticamente con un tratamiento y superan la crisis resolviendo sus conflictos cotidianos con el diálogo respetuoso.

Hoy quisiera terminar pidiéndole a Dios que les de paz en el corazón y sabiduría en su mente para enfrentar el futuro a todas aquellas parejas que están conviviendo con la violencia conyugal.