En las últimas elecciones de gobernadores y alcaldes, el triunvirato de Nicolás Maduro,
Diosdado Cabello y Vladimir Padrino López —secundado por Tarek El Aissami y por los hermanos Jorge y Delcy Rodríguez—, dio muestras de estar aferrado al poder y de querer perpetuarse en el mismo por décadas, con un partido único, al mejor estilo chino o de las mal llamadas democracias del Oriente Medio.
Los pregonados cambios democráticos y la apertura al diálogo tantas veces ofrecida e iniciada en México, sólo quedaron en eso: en alargamientos y pregones. La prueba es que, de las veintitrés gobernaciones en disputa, el régimen obtuvo veinte y la oposición sólo tres: Zulia, Cojedes y Nueva Esparta.
El único hecho destacable de los últimos meses en Venezuela es una apertura en los negocios y el llamado a la inversión privada, teniendo al dólar como moneda fuerte. El dominio del régimen sobre la prensa y la criminalización de los opositores siguen en el orden del día. Tal como pintan las cosas, parecería que el régimen estuviese llevando a cabo el libreto conocido : “Un opositor cansado nunca vence”. Eficaz o no, la estrategia parece estarle funcionando.
Y la prensa internacional, que en su mejor momento fustigó con vehemencia a Maduro y a su séquito, ya le bajó la temperatura al seguimiento interno de Venezuela, y rara vez le da cabida en sus titulares, como acaba de ocurrir con este resultado electoral abrumadoramente positivo para el régimen.
Sin embargo, si los medios hubiesen observado de cerca el último comportamiento electoral del país, habría detectado dos signos estratégicos, muy preocupantes.
El primero de ellos es el sospechoso entendimiento que hay entre el gobierno de Maduro con ciertos sectores políticos de la oposición. Hoy, por ejemplo, la oposición celebra haber ganado un bastión tan importante como la gobernación de Zulia, con Manuel Rosales. Sin embargo, el gobierno también celebra, ya que todos conocen el acomodo existente que hay entre Rosales y Maduro.
El segundo signo (consecuencia del primero) es la prevención de los electores, que no son tan ingenuos como sus líderes creen, y que expresaron su inconformismo con una altísima abstención.
Así las cosas, todo indica que el paisaje político que se avizora en Venezuela no cambiará de actores ni de escenografía, pues el régimen, lejos de mostrar decadencia, ha consolidado sus fuerzas oficiales y parece que tendrá más expansión en el porvenir, gracias al sensible cansancio de sus contradictores.
Por otro lado, el gobierno de Venezuela no se encuentra en estado de asfixia económica. Vive un periodo especial con el incremento del precio del petróleo, a pesar del bloqueo. Las remesas de la diáspora, calculada en más de ocho millones de jóvenes emigrantes venezolanos. Y no pueden olvidarse los múltiples negocios turbios, tantos domésticos como internacionales, en los que se debe incluir los aportes de la minería ilegal especialmente en la Guayana, estados Bolívar y Amazonas, controlada por grupos armados colombianos. El dólar fluye libremente en los mercados populares y en los bancos producto de los negocios del narcotráfico y la ilegalidad.
Nadie se explica por qué un gobierno, cuyas figuras principales son solicitadas por los Estados Unidos, mediante indictments, no negocie ni pretenda encontrar una solución que le devuelva el reconocimiento internacional. Ante la detención de Alex Saab, embajador estrella y chequera de Maduro, el gobierno compensa la fuerza perdida apelando a los apoyos de Rusia, China, Turquía y resto de países alineados.
Por su parte, Colombia tendrá que esperar un nuevo cambio de gobierno para fijar las nuevas políticas en materia de seguridad fronteriza, comercio binacional y apertura de los consulados.
Si bien es cierto que Venezuela ampara grupos armados colombianos, y es promotora de las marchas en Colombia, también es evidente que se precisa un entendimiento entre las partes a través de terceros.
Un diálogo que facilite el intercambio al menos de antecedentes penales y la regularización del comercio que, contra lo que todos creemos, transcurre normalmente por las trochas y por el puesto fronterizo de Paraguachón.
El próximo gobierno colombiano debe entender que la situación con este vecino estratégico no está para organizar conciertos provocativos, ni para proferir amenazas, ni calificativos, todos estériles en sus resultados. Cualquier colombiano que se preocupe por nuestra situación interna debe considerar el caso venezolano como lo que es: una prioridad dentro de las adversidades para las zonas de fronteras.