En esta primera semana del año, las barriadas de los centros urbanos aún parecen dormidas, sin el ruido y los afanes de las celebraciones de Navidad y del recibimiento del año nuevo. La temporada vacacional continúa y hay una gran concurrencia de gente en las playas y otros sitios de descanso y entretenimiento, tiempo en el que también se aprovecha la estancia en casa para relajarse al máximo y disfrutar de la familia, antes de reanudar las actividades laborales y escolares habituales.

El finalizar de un año representa el cierre de un periodo del ciclo vital, con momentos positivos y negativos que vivimos en el transcurrir del tiempo. Es el tiempo adecuado para hacer una exhaustiva evaluación y sobrepasar aquello que nos agobia. Además, aprovechando que los días decembrinos nos permitieron ‘repolarizar’ el espíritu y descansar el cuerpo, debemos identificar las situaciones que nos perturbaron y hábitos y conductas que nos enredan la vida para superarlos definitivamente y lograr la tranquilidad y vida sana que anhelamos.

Mi recomendación no se dirige, para nada, a evadir las responsabilidades o asumir los inconvenientes que desaparecieron por la facilista actitud de ignorarlos; todo lo contrario, enfrentar los miedos, las preocupaciones y los obstáculos, mirándolos en sus justas proporciones, puede ser el primer paso para darle la vuelta a esa percepción tóxica y convertirla en una oportunidad.

Con el pasar del tiempo nos es posible entender que, incluso, de las experiencias nocivas se extraen aprendizajes. Es claro que muchos episodios, por sus terribles características, amenazan con devastar al ser humano, pero siempre habrá razones para impedirlo, haciendo uso de esa capacidad de resiliencia que tenemos para reconstruir nuestras vidas después de sucesos agrestes.

Durante unos minutos, a solas, en un ambiente tranquilo, hagámonos una autoevaluación profunda y sincera para examinar el camino recorrido, definiendo los logros, los aciertos, los errores, las equivocaciones y las tareas aplazadas.

En el balance, identifiquemos los anhelos y sueños guardados, actualicémoslos y, con pasión, dediquémosles la energía requerida para volverlos proyectos realizables, llevándolos, por fin, a la realidad. También es bueno fijarnos de nuevo en las iniciativas inconclusas, esas que quedaron a la deriva por descuido o falta de tiempo; debemos repensarlas prospectivamente y rehacerlas con total entusiasmo.

Procrastinar no debería ser más una opción; el único y válido camino es despertarnos cada día con ánimo esperanzador y vitalidad creadora para que, con la pasión que nos caracteriza, hagamos realidad esos sueños que llenan de colores y felicidad nuestro existir. Asumamos este nuevo año con optimismo y compromiso, agradecidos de estar vivos, satisfechos con lo que tenemos y sin envidiar lo ajeno. Con alegría cumplamos nuestras obligaciones laborales y dediquémosle tiempo al cuidado de nuestra salud y a compartir con amigos y familiares.

Durante el 2020, buen viento y buena mar para todos.