A solo tres días del inicio de las operaciones militares de Rusia en Ucrania, el Gobierno de ese país reportó el deceso de 137 personas y más de 300 heridos a causa de los bombardeos. Entre tanto, las últimas noticias dan cuenta del rápido avance de las tropas invasoras en Kiev, epicentro político de Ucrania. Las imágenes de la gente huyendo de Ucrania, de los muertos y heridos en combates y de las edificaciones destruidas, le dan la vuelta al mundo.

Increíblemente, después de los intrincados momentos vividos por la humanidad por una pandemia avasalladora, las trompetas de la execrable guerra empezaron a sonar con sus melodías de muerte, hambre y destrucción, tras el reconocimiento de Rusia a las dos repúblicas separatistas Donetsk y Lugansk, en la geoestratégica región del Donbás, seguido del anuncio de Vladimir Putin de desplegar a sus hombres con la justificación de apoyar a las autoproclamadas naciones, con la advertencia de que quien intente detenerlos sufrirá las consecuencias.

Pese a que las primeras civilizaciones datan de más de 6000 años y a los desastrosos efectos de los conflictos bélicos en el mundo, el salvajismo de la guerra persiste hasta hoy como medio de los gobernantes para lograr sus intereses económicos, políticos e ideológicos, mientras las perjudicadas son las comunidades atropelladas por los ataques, además de los militares que exponen sus vidas en los enfrentamientos, tal cual lo describió el piloto de caza alemán, Erich Hartman, con la célebre frase de “la guerra es un lugar donde jóvenes que no se conocen y no se odian se matan entre sí, por la decisión de viejos que se conocen y se odian, pero no se matan”.

Otra máxima llena de razón, del escritor uruguayo Eduardo Galeano, dice: “¿Hasta cuándo seguiremos creyendo que hemos nacido para el exterminio mutuo y que el exterminio mutuo es nuestro destino?”.

Efectivamente, la guerra es un mecanismo irracional para saldar las diferencias; el diálogo es la vía idónea para solucionar los conflictos, sobre todo cuando la vida y el bienestar de millones de personas dependen de ello. Es imprescindible la mediación pacífica de organismos como la ONU, constituido justamente tras la Segunda Guerra Mundial para evitar nuevos choques bélicos y promover la convivencia pacífica entre las naciones. De hecho, a juicio de los internacionalistas, el ataque ruso ha dejado por el suelo cualquier acuerdo y pisoteado el derecho internacional. “Estamos viviendo, sin dudarlo, un retroceso de esas reglas y sobre todo de los derechos iguales de los Estados”, comentó el experto Pablo de Orellana, en BBC Mundo.

La guerra no es problema exclusivo de un territorio o de unos gobernantes con aspiraciones de más poder, sino un asunto vital que le atañe a toda la humanidad; aplicando el llamado que Juan Rulfo le hizo a sus compatriotas mexicanos: “nos salvamos juntos o nos hundimos separados”, en el que también concluyó que edificar comunidad solo es posible respetando las diferencias y aplicando una verdadera justicia social.