La vacuna contra el ébola tiene hasta ahora el récord del menor tiempo en demostración de eficacia: un año, lo que es considerado un hito en la historia de estas investigaciones. Comúnmente, la elaboración de estos biológicos tarda entre 4 y 10 años, y cada agente patógeno tiene una dinámica distinta. En el caso del SIDA, por ejemplo, el virus VIH, fue descubierto en 1986 y aún hoy no se ha logrado una vacuna.
El desarrollo de una vacuna comprende un conjunto estandarizado de pasos que, en la coyuntura actual, avanzan a toda máquina motivados por la rapidez del contagio y la magnitud de la pandemia.
En cuanto a la COVID-19 se tiene la ventaja de las investigaciones realizadas para el abordaje del diseño de vacunas contra los brotes de SARS y MERS en los años 2003 y 2012, respectivamente, causados ambos por virus de la familia de coronavirus. De todas maneras, deberán cumplirse de forma estricta los pasos para su producción: la etapa preclínica para evaluar su seguridad y capacidad de provocar una respuesta inmunológica y, luego, los ensayos clínicos y los estudios con humanos que, a su vez, tienen tres fases. Además, es necesario gestionar las autorizaciones de las agencias internacionales de control de medicamentos. Solo al darse dicha aprobación de las autoridades sanitarias, los laboratorios podrán comenzar a producirla masivamente, bajo vigilancia regulatoria.
Además de la vacuna anunciada por Sanofi, el pasado 21 de mayo la farmacéutica Astrazeneca confirmó que en septiembre próximo pondrá al alcance de la población la vacuna desarrollada por la Universidad de Oxford. A estas se suman otras 9 en la fase final de estudio en personas.
Al lado de las posibles vacunas están los fármacos terapéuticos en experimentación, que permitirán minimizar ingresos hospitalarios y salvar más vidas.
Esperamos con credulidad en la ciencia y en la responsabilidad de los gobernantes que se tomarán medidas para limitar los intereses meramente lucrativos de los laboratorios transnacionales, anteponiendo el bienestar general de la población mundial. Es necesario que las vacunas y fármacos sean de dominio público, sin trabas ni restricciones, a precios asequibles y gratuitos para niños, ancianos y desposeídos.
La COVID-19 ha puesto a prueba la civilización humana; si no sobreponemos la solidaridad a los intereses individuales, no daremos por concluida esta nefasta pandemia y dejaremos abiertas las puertas para que continúe con su estela de muerte y pobreza.
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