En la reciente semana que pasó, EL HERALDO y otros medios de comunicación dieron la noticia del asesinato a balazos de una mujer.
Doña Rocío del Pilar, como se llamaba, se agrega a la lista de muertes por homicidio que día a día nos anuncian. Probablemente, muy pocos —o nadie— se acuerden ya de ella. El país ha naturalizado estos hechos como algo que tiene que ocurrir. Desconocemos las causas que llevaron a su homicidio; probablemente la policía encuentre a quienes la asesinaron, o quizás nunca se llegue a saber. Al final, terminará siendo parte de los porcentajes estadísticos que nos indicarán que el homicidio este año bajó con relación al año anterior. Pero esta mujer era un ser humano que, al igual que nosotros, tenía anhelos, sufrimientos, alegrías y, quizás, sombras en su vida que la llevaron a ese trágico fin.
Este país, como dice Jaime Jaramillo, “es una sociedad de dorada medianía” donde unas cosas funcionan y otras no. Infortunadamente —si Ud. analiza—, la mayoría de los homicidios en el país están relacionados con la tenencia de la tierra. Un dato importante para entender esto es que, en 187 años, el catastro no ha logrado hacer un inventario de las tierras baldías o un registro de la tierra privada, nos señala el historiador Orlando Melo.
Ante esta ineficiencia del Estado, su tierra puede ser mía o de cualquier otra persona. Al final será del que tiene la fuerza de la violencia, y nadie quiere o se atreve a poner orden ante semejante informalidad. Así, se aplazan una y otra vez leyes que regulen la tenencia de la tierra y contribuyan a reducir la desigualdad; también que permitan que sea atractiva la inversión, y para que los trabajadores del campo no sigan migrando a las ciudades, ensanchando cada vez más los cinturones de pobreza.
Durante toda mi vida en Colombia, he tenido la inquietud de entender por qué existe tanta violencia. Y las explicaciones van desde la desigualdad económica, los modelos sociales que tienden a reforzar patrones de violencia, hasta el hecho de que prácticamente siempre hemos sido gobernados por personas que viven en la “montaña”. Y a estos “montunos” la quebrada cordillera de los Andes les impide ver más allá de la altura de los cerros, incapaces de distinguir e integrarse al mundo global, enclaustrados en sus odios y sus pasiones.
Octavio Paz nos enseñó que las épocas viejas nunca desaparecen completamente. A pesar de esta sentencia, debemos esforzarnos como país por reducir la violencia, y una gran tarea pendiente es una Reforma que ponga orden al mundo agrario.
Al presidente Iván Duque le quedan tres años al frente del Estado. Qué bueno sería poder decir, cuando termine su mandato, que vivimos en un país mejor. Probablemente regularizando la propiedad de la tierra —en el campo y en la ciudad— se reducirían centenares de muertes como consecuencia de esta guerra primitiva.
Rocío del Pilar recibió tres impactos de bala, probablemente por un litigio de tierras. Nadie debería morir así.
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