En mi época de estudiante en Alemania, fui una vez a la Herkulessaal de Munich a escuchar al pianista Alfred Brendel, uno de los mejores intérpretes de Beethoven. Era el Concierto para piano #4, uno de mis preferidos. Como estudiante solo pude comprar una boleta a precio módico, por lo que me tocó un puesto del segundo piso de la sala rectangular, paralelo al escenario y no de frente.
Tuve que mirar a la orquesta, y por supuesto al pianista, con la cara volteada hacia un lado durante todo el tiempo del concierto. Sin embargo, no olvidaré los momentos que tomó la entrada de Brendel al escenario, con la cabeza echada hacia atrás, -gesto típico suyo-, ni el final glorioso del concierto, mientras el público se venía abajo en aplausos.
¿Cuándo volverán a abrir sus puertas las salas de conciertos? ¿Cuándo los teatros de la cultura, que la pandemia ha cerrado? No se ven ni a mediano y largo plazo respuestas aproximadas. Ahora es cuando se aprecia más la labor que por años vienen haciendo compañías de radio y televisión, especialmente europeas, que han grabado miles de conciertos, con número muy variado de versiones de una misma pieza. Hace mucho tiempo que vengo disfrutando de conciertos y presentaciones musicales de gran nivel que he guardado en la memoria del computador. La peste universal ha logrado que uno se dé cuenta del tesoro artístico que se encuentra en distintas plataformas.
Y lo más importante, uno se siente asistiendo en primera fila, muy cerca de la orquesta, del pianista, del chelista o del tenor de renombre, gracias a la habilidad y conocimientos artísticos del camarógrafo que consigue mostrarnos en primer plano detalles de sus manos, de sus labios, de sus miradas. Algo inaudito. La tecnología funciona en este campo como aliada del arte. Hélène Grimaud, pianista francesa, es una intérprete exquisita de conciertos para pianos de Beethoven, Brahms y Rachmaninoff, entre los más notables. En las grabaciones para la televisión que he visto, y vuelto a ver incontables veces, la cámara enfoca su rostro, ensimismada, sus ojos cerrados. En otros momentos, uno detalla sus dedos que se deslizan sobre el teclado con cadencia única. Y así pasa con artistas de la talla de la mezzo-soprano Elina Garança, con el chelista Stjpan Hauser, con el director argentino Daniel Barenboim, para poner ejemplos.
No es un fenómeno que se limite a la música clásica, que cuenta por fortuna con patrocinios generosos de organizaciones públicas y privadas en los países más cultos del mundo. Están ahí Ksenija Sidorova, André Rieu, Charles Aznavour y tantos otros de la música universal y popular, que uno puede ver y escuchar como si los tuviera al frente. Se observan sus gestos y hasta sus emociones. Este año, cuando recordamos a Beethoven en el 250º aniversario de su natalicio, sin poder celebrarlo aún públicamente, la televisión nos acerca vívidamente a las mejores interpretaciones de sus obras musicales para el goce en primer plano.
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