
El sentido de educar
El brasilero Paulo Freire pensaba que la educación no cambia al mundo; cambia a las personas que van a cambiar el mundo. Por esa razón, enseñar no es transferir conocimientos sino crear las posibilidades para su propia producción o su construcción.
A lo largo de la historia se le ha dado a la educación un papel principalísimo en el desarrollo de la sociedad. Etimológicamente, y al pie de la letra, el término que nos viene del latín significa conducir desde dentro hacia fuera. Pero las palabras tienen vida, respiran, se mueven en el río que es su vivir y por eso se van llenando de nuevas significaciones a partir de su origen.
En el curso de la campaña política electoral, le he puesto mayor atención, -por razones profesionales-, al sentido que los distintos candidatos a la presidencia y a las corporaciones públicas le dan a la educación. Pero no voy a citarlos. He escogido pensamientos de grandes educadores contemporáneos a fin de tener unos referentes para evaluar las propuestas educativas.
Amartya Sen, renombrado economista de la India, piensa que aun teniendo una renta baja un país que logre que todos sus ciudadanos accedan a la educación y a la asistencia sanitaria puede obtener muy buenos resultados en cuanto a longevidad y calidad de vida de toda la población. No ser capaz de leer, escribir, comunicarse es una tremenda falencia y constituye un caso extremo de inseguridad para el individuo, añade. Son dos frases que ponen a pensar desde la economía considerada modernamente una piedra angular en cualquier propuesta política. Martha Nussbaum, pensadora norteamericana de la educación, inspirándose en el pensamiento de Amartya, explica que educar es crear capacidades y relaciona estas con las oportunidades de unas personas para elegir y actuar. Por eso, la sociedad tiene la gran tarea de contribuir al desarrollo de las capacidades humanas a través de la educación. Es un tremendo reto.
En esa línea se mueve el francés Édgar Morin quien piensa que educar para comprender las matemáticas o cualquier disciplina es una cosa, pero que educar para la comprensión humana es otra, porque ahí se encuentra la misión espiritual de la educación: enseñar la comprensión entre las personas como condición y garantía de la solidaridad intelectual y moral de la humanidad. Un pensamiento que aplicado a través de la educación en nuestro país, tan polarizado en todos los órdenes, nos haría un bien enorme. En ese sentido, el brasilero Paulo Freire pensaba que la educación no cambia al mundo; cambia a las personas que van a cambiar el mundo. Por esa razón, enseñar no es transferir conocimientos sino crear las posibilidades para su propia producción o su construcción.
He admirado desde hace años al pensador suizo Jean Piaget, tan buen observador y estudioso del aprendizaje de los niños a través de las distintas etapas antes de llegar a la vida adulta. Para este educador de tiempo completo la mayoría de la gente cree que la educación es tratar de llevar al niño a parecerse al adulto típico de su sociedad: “para mí, dice, la educación significa hacer creadores”. Es ni más ni menos la idea que pregona en la actualidad Martha Nussbaum.
Para cerrar, repito la frase del profesor Alberto Assa que sintetiza lo que escribí: “No habrá desarrollo sin educación, ni progreso sin cultura”.
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