Cuando aún no había terminado la Primera Guerra Mundial, una gripe fea empezó a extenderse por Europa. Las primeras víctimas fueron niños y ancianos, siguieron jóvenes y adultos, también animales como los perros y gatos. Fue tan agresiva con el correr de los meses que al año siguiente, en 1919, ya habían muerto cerca de 40 millones de personas.

La llamaron Gripe Española, lo que suena discriminatorio. Durante siglos de existencia del imperio romano hubo varias pestes desastrosas, entre ellas la peste antonina hacia el año 165-166 d.C. en la que caían cerca de 2 mil personas por día en sólo Roma, la capital del imperio, según cálculos que hizo el historiador romano Dión Casio. La plaga se originó en Mesopotamia durante la guerra que los romanos llevaron contra los partos, en Irak actual, trayéndola a Occidente entre las filas de sus soldados. Hasta un emperador resultó muerto, antes de que a otro más famoso, Marco Aurelio, le pasara lo mismo en el asedio a Viena. Lo curioso es que a la peste le pusieron el nombre de la dinastía de los Antoninos, que en vez de constituir un honor es un afrenta para dicha familia romana pero que ya no importa porque a estas alturas, que se sepa, no quedan descendientes de ellos.

En cambio, siglos después, llamaron Ébola a una enfermedad hemorrágica causada por un virus que se presentó simultáneamente en dos aldeas de África, una en Sudán del Sur y otra en el Congo. Lo malo es que Ébola es el nombre de un río cercano a la aldea del Congo donde se dio el brote dando lugar a una estigmatización del sitio. Por lo menos desde la Peste Negra del siglo XIV se dio a las epidemias nombres como peste bubónica, y ese otro tan gráfico pero inaceptable hoy de negra, sin ligarlas a un lugar geográfico. En China, se han opuesto a que se le ponga el nombre de Wuhan, donde supuestamente se originó, a la peste que tiene al mundo arrinconado, por lo que la OMS la bautizó como Covid-19. Fue el nombre menos confuso que pudieron encontrar porque los otros que barajaron los científicos eran muy complicados de pronunciar y deletrear para el público común.

Se está volviendo ahora costumbre nombrar con letras del alfabeto griego a las distintas variantes de la covid-19 que se están presentando. Se usó la letra delta para la que empezó hace poco y actualmente está en curso la de ómicron, para una variante que dicen que se originó en Sudáfrica pero evitando, por lo menos desde lo científico, condenar a todo un continente achacándole el nombre de la nueva mutación al lugar donde se manifestó primero. Algunos presumen que las 24 letras del alfabeto griego no van a alcanzar para denominar las mutaciones virales que seguirán viniendo pues como dicen : “el virus llegó para quedarse mutando”.

No creo afortunado usar las letras del alfabeto griego para nombrar las pandemias. Algunas de ellas se identifican con el Delta del Nilo, y otras como Alfa y Omega, tienen una historia significativa, incluso estética. Basta pensar que San Juan las empleó para referirse a Cristo como el principio y fin de los tiempos.