El domingo pasado, terminándose casi el Hay Festival de Cartagena, me encontré con Maribel y Jaime Abello Banfi en un pasillo del hotel Santa Clara. No habíamos acabado de saludarnos, cuando pasó por delante Leonardo Padura con sus maletas rodantes. Yo, que conozco al escritor cubano apenas como lector de su obra, tuve la fortuna de compartir su conversación con Jaime, en la que tomé parte como si fuera un conocido de Padura de toda la vida. Esa es la bacanería del Caribe.

Ya había adquirido varios ejemplares recién impresos del libro de Maribel Abello, “Hasta ahora te creo”, que regalé a varios amigos, así que aproveché la ocasión para que me firmara el mío. Me senté luego en un antiguo sillón de cuero, que estaba ahí cerca, y me puse a leer los relatos. Creo que la gente que pasaba a raudales por enfrente, debió mirar con extrañeza mi ensimismamiento. No pude resistir la curiosidad que me caía encima con la lectura de esas voces de mujeres que de distintas épocas nos cuentan sus sueños, sus infortunios, sus alegrías y fracasos, incluyendo la historia de su vida que Maribel nos narra. Me gustó que todas esas voces femeninas se mostraran con un estilo personal, con su propia entonación, como en las escenas de teatro. No en vano Maribel ha recorrido las artes escénicas, particularmente la televisión. Se nota a lo largo del libro.

A su vez, cada historia revela el momento individual –los relatos abarcan más de un siglo de historias de mujeres, de inmigraciones y de amor- que Maribel logra recrear en cada una de ellas. Uno siente que le están echando a uno un cuento íntimo. Y así es. Tuve la sensación de que yo podía ser el que las entrevistaba. Ese es el encanto que tiene el libro. La narración, es indudable, se desarrolla en el marco común de una sociedad patriarcal, que en la Costa pero no exclusivamente, ha estado signada por la dominación del hombre sobre la mujer, que en el escenario de los relatos llega a revestirse de un paternalismo aparentemente inocuo y festivo que, consciente o no, imponía un destino indiscutible, abría sin cerrar heridas, dirigía las vidas en la dirección que, se pensaba, era socialmente sólo la correcta.

“Hasta ahora te creo” me hizo revivir la Barranquilla de mi infancia y adolescencia. Me impresionó cómo los relatos, sin perder su singularidad, están indisolublemente ligados con los nombres de las calles, los barrios, los teatros, los hoteles, las iglesias, las heladerías, y hasta con las frutas, las comidas y los dulces, que fueron en otro momento las delicias de un paraíso que se perdió. O tal vez lo que perdimos era una ilusión. Ya los nombres de las cosas han sido reemplazados por números y claves, y nos olvidamos de que una vez tuvimos una arquitectura, modelo en el país, y unas costumbres, que mal que bien, fueron la cuna de nuestro sentido de pertenencia a esta ciudad que, pese al progreso avasallador, sigue necesitando una convivencia más humana y sin sumisiones que doblegan vidas.