En medio de este fútbol “extraño” que estamos viendo, que en mi caso no ha podido espolear las fibras más futboleras que me habitan y por poco hasta me definen, apareció entre semana Neymar y nos recordó la razón primera de la fascinación que provoca el fútbol: la magia con el balón, la imprevisibilidad de la gambeta, el desenfado del talento, el engaño de la improvisación.
Sin titulares como Mbappe, Verratti y Di María, Neymar se hizo cargo del PSG prácticamente él solo para cotejar al Atalanta en cuartos de final de la Champions.
Indescifrable para los defensas italianos, Neymar era el único recurso que aumentaba las opciones del equipo parisino. Virtud de Neymar y defecto del PSG. Porque el equipo Atalanta le ganaba al crack Neymar.
Aún para un inspirado Neymar la misión en singular es pesada. Le llegó el auxilio de Mbappe y se duplicaron la calidad y la jerarquía. Y el dominio y las situaciones de gol para el PSG.
El fútbol, que suele premiar a los que exaltan sus formas más estéticas, lo hizo con Neymar que era el mejor del partido, pero había errado dos clarísimas jugadas de gol, dándole una situación más para que con su visión y precisión en el pase ubicara a Mbappe previo al gol del triunfo.
El del pasado miércoles en Lisboa es el Neymar que el fútbol necesita y agradece. Y el que los hinchas disfrutan-disfrutamos-.
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