
No es (muy) fácil defender al presidente Donald Trump. Sin embargo, después de lo sucedido esta semana en las elecciones intermedias de Estados Unidos, creo que hay que decir que el actual mandatario es un verraco. Trump, que ganó el Senado y perdió la Cámara de Representantes, lleva dos años luchando contra el poder y el peso de la prensa norteamericana y contra el dolor de los demócratas que aún no superan que los Clinton hayan sido derrotados.
Al igual que la de aquí, la prensa del país del norte no siempre es la más objetiva. Al igual que la de aquí, la prensa estadounidense evidentemente tiene intereses políticos (y económicos). Los periodistas de allá, como los de aquí, son seres humanos, comunes y corrientes, que cometen aciertos y errores.
El miércoles último, Trump se enfrentó con el periodista Jim Acosta de CNN. En la radio he escuchado que el presidente “se la tiene montada” a esa influyente cadena de televisión. ¿No será al contrario?
Yo no puedo aprobar los malos términos que Trump utiliza para atacar y/o defenderse de los comunicadores de su país, pero es un hecho que un gran sector de la prensa gringa ha errado hasta más no poder en su intento por tumbar al presidente elegido en la democracia más respetada del mundo.
Por ejemplo, en la campaña de hace dos años a la Presidencia los medios se enloquecieron dizque porque tenía que ganar Hillary Clinton y no Trump. Eso contrataron cualquier cantidad de encuestas. El objetivo: que dijeran que vencería Clinton. Pero no fue así. Los medios tampoco han respetado la vida privada de Trump. Le han dado con todo. Se han levantado cuanta mujer aparece por ahí para que diga que se acostó con Trump o que este la acosó sexualmente. Las pruebas no importan. Lo fundamental para ellos es incomodar al gobernante.
Ahora bien, en Estados Unidos los anónimos en la prensa (seria) son casi inexistentes. The Washington Post utilizó mucho el anónimo (léase “Garganta Profunda”) en la investigación periodística que en 1974 forzó la renuncia del presidente Nixon. Pero, ojo, al mencionado periódico le funcionó la utilización del anónimo con Bernstein y Woodward en el caso Watergate.
En cambio, será correcto lo que hizo hace dos meses The New York Times cuando publicó un artículo, en apariencia redactado por un alto funcionario de la Casa Blanca, en el que aseguró que subalternos de Trump buscan atajar las “peores inclinaciones” del polémico gobernante.
Semejante acusación, de por sí subjetiva, ¿merecía publicarse con un anónimo? Para mi gusto no. El problema es que cuando el periodismo se convierte en un problema de odios y venganzas las cosas terminan mal.
También me parece que Trump acertó cuando defenestró al fiscal general Jeff Sessions por inhibirse en el caso de la trama rusa que habría interferido en las presidenciales de noviembre de 2016.
Como es de público conocimiento, en Estados Unidos al fiscal general lo nombra el presidente. Trump ha dicho reiteradamente que hubiera esperado que Sessions le informara que se iba a declarar impedido en el sonado caso para elegir a otro fiscal.
¿Y por qué estoy de acuerdo con la botada de Sessions? Porque se me parece a muchos funcionarios judiciales de Colombia que, sin tener un voto, les encanta ser “políticos” y abusan del cargo para hacer politiquería. ¿O no, doctores Montealegre y Perdomo?
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