Mi abuelo está próximo a cumplir 98 años de vida, es decir que de milagro no le tocaron dos cuarentenas si tenemos en cuenta la que se vivió en la época de la gripe española en 1918. Tenerlo es una bendición. Vive solo y en épocas normales toma el bus para moverse a todo lado. Los sábados almuerza en casa de mi mamá. Sus hijas, mis tías, viven pendientes de él, pero realmente ellas necesitan más cuidados que él, es más, no ha comprado un celular de “esos más modernos”, para que no lo enloquezcan con mensajes de WhatsApp o le puedan poner la función de ubicarlo en donde sea. Él aún agarra una flota y se va para un pueblo que le agrada mucho: San Francisco en Cundinamarca, pero jamás olvida su tierra natal, la de mi mamá, la que llevo también en la sangre, su Santander del alma.

Trabajó muchos años, pero en pocos puestos porque era un empleado ejemplar, era contador y se pensionó dignamente en Compensar, empresa que ama con el alma y en donde dejó una profunda huella. Ha podido disfrutar de 6 hijos, 16 nietos, próximamente 17 con el nacimiento de Antonia, mi chiquitica hermosa, tiene 22 bisnietos y un tataranieto (sí, mi tía Nancy es bisabuela, y mi abuelo es tatarabuelo de un muchacho que ya se graduó del colegio).

Ha vivido de una u otra manera dos guerras mundiales, la guerra de Corea, el conflicto colombiano, la guerra del día a día. Ha atendido con amor a su familia, fue un esposo amoroso de mi adorada Alicia, como se llamaba mi abuelita y por ella así se llama mi hija mayor.

En fin, no me alcanzarían tres tomos para contar las historias de mi abuelo, la que si quiero contar es que a sus casi 98 años, que cumplirá en aislamiento como muchos otros colombianos, su mayor preocupación, junto con la salud de los suyos, es no poder estar al frente de una fundación que ayudó a crear, que lo tiene de padrino y a la que se ha dedicado todos los días desde su pensión, y si aún hoy se preocupa es porque está en mejores condiciones de salud y mentales que la mayoría de nosotros.

La solidaridad de Gabriel no nació hoy, nació hace más de 40 años, 40 años dedicado a ayudar a los menos favorecidos, a quien pasa angustias económicas o psicológicas, a escuchar, a dar y muy pocas veces a recibir.

Como mi abuelo muchos colombianos tienen ese sentimiento de solidaridad en su sangre de tiempo atrás, en lo personal lo heredé de él y de mis padres generosos y solidarios a cual más, muchas de esas personas se hacen visibles ahora no porque quieran sino porque se necesitan sus acciones y han respondido al llamado, otras, por el contrario buscan sacar algún beneficio de su repentina generosidad.

La historia de Gabriel la cuento para hacer un homenaje a quienes de tiempo atrás se han preocupado por los más necesitados, pero también para que aquellos en quienes despertó la solidaridad esta crisis, no lo dejen de hacer cuando pase, ojalá la semilla de la empatía, de la consideración, del amor al prójimo, germine en estas personas y se mantenga.

A mi abuelo gracias por tanto que ha dado a propios y a extraños, y en Barranquilla gracias al tío Cristián, él siempre puede, de verdad que sí.