En casi tres meses de aislamiento muchos sectores han sufrido un daño enorme, hemos visto como han reducido sus recursos, como se han cerrado negocios que llevaban décadas funcionando y que eran íconos en sus ciudades, y otros que están en cuidados intensivos financieros.

Hay sectores que han tenido algún margen de maniobra y otros que se han mantenido e incluso, porque no decirlo, han incrementado sus ingresos como lo son los supermercados y domicilios. Así mismo, hemos visto a algunos con un ingreso mensual asegurado, como lo son los servidores públicos.

Sin embargo, estos sectores: el bancario y el educativo que, con honrosas excepciones, han estado por debajo de las expectativas de la crisis. Para el segundo semestre del año, pocos colegios y universidades han ofrecido ayudas o rebajas en las matrículas para los padres de familia, quienes vieron una merma en sus finanzas y no han podido acceder a planes reales, no solo de financiamiento sino de descuentos en los gastos educativos de los hijos.

Nuestro sector público no es suficiente como para que todos miremos hacia él. Muchos debemos acudir aún al sector privado, sector que como si no le doliera el bolsillo de sus estudiantes no ha demostrado el espíritu que debería reflejar al enseñar: generosidad, solidaridad y comprensión. Incluso vemos como universidades privadas con enormes fondos de inversión prefieren mantenerlos intactos que sacrificar un poco de las ganancias que generan o del ahorro que mantienen, antes que pensar en el beneficio de los estudiantes actuales y nuevos.

Esas mismas instituciones privadas de educación escolar y universitarias se atreven a pedir dinero al estado para su subsistencia. El estado mal haría en regalarles dinero cuando las matrículas siguen al mismo precio, cuando las finanzas de esas instituciones están sanas y primero deberían acudir a recursos propios e inversiones privadas.

Los recursos que el estado quiera dar como benéfico o en modo de créditos blandos debe ser para las instituciones públicas, en primer lugar, y solo al final, para las privadas. Estos recursos deberían ser para dar tecnología a estudiantes de escasos recursos de escuelas rurales, de colegios y universidades públicas que tanto olvido han sufrido por mucho tiempo y que este gobierno ha querido remediar desde la labor de la Ministra de Educación.

De igual manera, el sector financiero no ha mostrado un interés real en bajar las tasas de sus créditos, de renegociar las condiciones de préstamos de vivienda o educación. En primer lugar, se ha contentado en no cobrar dos o tres cuotas para luego hacerlas efectivas o diferir a más plazos las deudas de sus usuarios.

El sector financiero gana mucho dinero y debería pensar en mejorar todas las condiciones de las deudas que no sean de libre destinación o consumo para aliviar a millones de colombianos, además de bajar costos operativos, en depósitos, retiros y transacciones.

Estos dos sectores se muestran indolentes frente a la crisis que la pandemia trajo para todos.