Chocoramo debería ser el reflejo del país, un país que se preocupe por el “choco” y no me refiero al chocolate, aunque el cacao debería ser más importante en nuestra economía, me refiero al departamento, mirar hacia allá en vez de ir a España o pensar en el Vaticano, el Chocó y otras regiones deberían importarnos más.
Este gobierno a pesar de sus detractores ha mirado a las regiones y se ha preocupado por ellas, ojalá quien llegue aumente esta preocupación y de soluciones como el subsidio para el pago del agua rural a familias campesinas, que impulsó el presidente Duque; los planes de suministro de agua potable y saneamiento básico, o el Plan Nacional de Construcción y Mejoramiento de Vivienda social rural.
También se debe mirar al “ramo”, y no de las flores que siempre han marcado el camino de Colombia, me refiero al “ramo” de flor de cannabis que este gobierno autorizó a exportar y que debe llevar necesariamente a pensar al próximo gobierno a planear su legalización y de otras drogas, acompañados de planes de tratamiento de adicciones.
El Chocoramo debería ser Colombia, donde se privilegia a las minorías al ponerlas por encima a partir de la Constitución del 91, como la población afrocolombiana, que representa el 10,31% de la población total según cifras oficiales, o la población indígena que representa el 3,4% y en el caso del ponqué el chocolate es minoría esencial en la receta.
Por dentro su masa, que podría compararse con el amarillo de la bandera que representa nuestros recursos naturales y minerales que deben explotarse en virtud del desarrollo sostenible y del respeto a las comunidades en donde se pueden explotar.
Y si el Chocoramo también tiene en su empaque el azul de los mares y el cielo, y el naranja que representa entusiasmo, conexión con el calor y la luz, sin olvidar la economía naranja que promueve las industrias creativas y culturales.
Debemos aplaudir al Chocoramo, sin embargo, como no le gusta a todo el mundo, en eso también debemos estar de acuerdo, en que las diferencias deben ser respetuosas y dialogar no para evitarlas sino para que no generen violencia. Quizá una persona solo se coma el chocolate del Chocorramo y deje la masa, o al contrario, siempre se puede encontrar una solución a las diferencias.
Ahora el Chocorramo también se está vendiendo con éxito en el exterior y Colombia cada día que pasa mejora más su imagen en el exterior, como un país de deportistas, artistas, paisajes y turismo extraordinarios.
Otra de las lecciones que Colombia debería aprender del Chocorramo es la de la innovación, luego de mucho tiempo logró evolucionar, sacar ponqués de diversos tamaños y hasta una crema de untar con su sabor, al país le vendría bien repensarse y plantear nuevas formas de administrarse.
En fin, ¡ojalá Colombia fuera como el Chocorramo.