El Emperador Romano y filósofo estoico Marco Aurelio decía que no hay maldad en lo natural, percibiendo a la muerte humana con desapego. Para los no indiferentes entre nosotros, el dengue, la fiebre amarilla y su vector, el mosquito Aedes aegypti cómodamente podrían ser calificados como malvados. Desde tiempos coloniales hasta el día de hoy, el Aedes aegypti y enfermedades vinculadas han asolado al Caribe causando epidemias, con tan elevada mortandad años atrás que ejercieron influencia sobre nuestra historia. Tal fue el dominio de estas pequeñas amazonas en nuestra región (solo los mosquitos hembra pican a las personas y los animales para extraer la sangre, necesaria para producir sus huevos), que sin ellas muy posiblemente estaríamos hablando inglés. Hace 280 años, el vicealmirante británico Edward Vernon, al mando de la flota más grande que había cruzado el Atlántico, intentó tomarse a Cartagena de Indias para así controlar una de las rutas principales de entrada y salida a Sudamérica e iniciar una campaña para quitarle a España todos sus dominios en América. Tres cuartos de los 25 mil marineros y soldados británicos bajo su mando fallecieron gracias al Aedes aegypti, menos de mil en combate.

El reinado de terror del Aedes aegypti en el Caribe fue sobre todo gracias a las revoluciones ecológicas y sociales de la economía de plantación. A medida que las plantaciones reemplazaron a los bosques nativos, las condiciones llegaron a favorecer la reproducción de esta especie. La caída de árboles llevó a los mosquitos que habitaban en el dosel al suelo, donde las posibilidades de picar a una persona mejoraron dramáticamente. La deforestación significó menos aves y menos aves significó menos depredadores para los mosquitos. Aún más, la economía de plantación requería una infraestructura de transporte marítimo con cientos de pequeños puertos y un puñado de ciudades portuarias importantes desde las cuales los barcos zarpaban hacia las metrópolis. Así, una red de puertos creció en el Caribe que funcionaba como una superciudad para los mosquitos y sus enfermedades, y los barcos como supervectores.

La historia se repite y siempre sucede lo inesperado. Es evidente la similitud de las epidemias de antaño con la covid-19, para mí, el tatara-tataranieto de estas. La destrucción ecológica y la conectividad humana a escala global han hecho de esta una pandemia desaforada. Ahora los supervectores son aviones y cruceros, no galeones y avisos. Ya no nos demoramos meses en anclar en Cádiz, sino horas en aterrizar en Wuhan. Es una cruel ironía de la historia que la pandemia moderna se combine con las enfermedades coloniales que devastaron al Caribe, creando una mezcla explosiva que agrava la crisis sanitaria. Desde el 2020 se han venido reportando casos de coinfección por covid-19 y dengue en Barranquilla y otros municipios de la región. Dada la similitud en los síntomas, informes sobre casos de coinfección son escasos, permitiendo así la posibilidad de que estas epidemias se potencien mutuamente. La mismísima Real Academia Española ya acuño el termino Covidengue, sentando las bases en nuestra lengua de un presente y futuro en que una enfermedad que llegó al Nuevo Mundo con el comercio de esclavos y un mosquito africano, y otra originaria de Asia que llegó con turistas, coexistan. Si eso no es Caribe, entonces nada lo es.