Inevitable recaer en el mismo tema en tiempos de campañas políticas: los jingles, tan sonoros y tan cursis. Intuyo, –y el tiempo lo ha demostrado la mayoría de las veces– que la publicidad política en buena parte obedece a todo lo que los candidatos tienen en su cabeza y hasta en su corazón. Y así son los jingles que escuchamos en nuestra radio local producto de la “inteligentísima” creatividad de las campañas. Son desastrosos.
Alguien con cinco dedos de frente y con aspiraciones serias no daría paso a semejante sarta de sandeces en su nombre. Me refiero a las que estamos obligados a escuchar los asiduos oyentes de la radio mañanera en Barranquilla, una retahíla de propuestas realmente indecentes salpicadas de kitsch publicitario. Parece un asunto baladí, pero desde la estética y la creación se puede presumir qué es lo que un aspirante tiene en la cabeza. Resulta que con el ánimo de parecer tropicales, populares y coloquiales se incurre en la rayana chabacanería irrespetuosa contra el ciudadano, obligado a oír vallenatos refritos y champetas y cumbiambas que no tienen nada que ver con lo programático.
¿Por qué razón habría yo de votar por alguien que tiene como bandera un sonsonete mediocre? ¿Cuál es su propuesta, sino el llamado a la mala verbena de barrio? Son ritmos disonantes divorciados de lo que un candidato debe plantear con seriedad a una comunidad esperanzada en cambios reales, no en guachafitas insulsas.
Con sorna, alguien comenta en las redes sociales que muchas de las empresas de jingleros están infiltradas por los enemigos políticos. La burla es bien ganada por la falta de respeto al electorado y la carencia de sentido común al momento da darle luz verde a la publicidad sonora que es un compendio de ordinariez.
Mirándole el lado positivo al asunto, estimemos que la falta de peso en los mensajes puede ser una guía para el electorado, pero también hay mucho bandido que se asesora bien y a altos precios. Se olvidan que el objeto final de un jingle es transmitir información certera sobre un producto político para tornarse en publicidad de fácil recordación y de seducción, en este caso del elector.
Si habría que elegir por la calidad de los jingles, su torpeza insustancial deja muy pocas alternativas para escoger en el departamento del Atlántico y Barranquilla. Que yo recuerde solo está la voz de una señora que dice cuán honesta es, y cuán preparada está. Al menos no tiene ningún sonsonete, solo un ligero acento veintejuliero, pero al menos no es una cumbiambera desaforada.
No se puede dejar de presumir que si el nivel propositivo para resolver crisis y liderar procesos de los candidatos a corporaciones y cargos públicos es igual a la falta de imaginación en el contenido de los jingles, seguimos en lo que estamos: un baile de incompetentes y pícaros.
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